El humanismo y la dialéctica de El Capital,
Tomo 1, de 1867 a 1883
1) La
división en la categoría de trabajo: trabajo abstracto y concreto, trabajo y fuerza
de trabajo.
La comprensión de todos los hechos
depende de la comprensión de este
doble carácter del trabajo.
K. Marx
Marx
comienza El Capital semejante a como emprendió la Crítica, con un
análisis del doble carácter de la mercancía, pasando directamente de la
dualidad del valor de uso y del valor de la mercancía, al doble carácter del
trabajo mismo, considerando el análisis del trabajo abstracto y concreto como
su contribución original a la economía política, pues “este es el eje en torno
al cual gira la comprensión de la economía política”.[1] Infatigablemente
nos recuerda en su correspondencia, que debido a que “toda” comprensión
depende de esto, “ello se enfatizó en el primer capítulo”[2]. Como
vimos en sus primeros escritos, para Marx toda la historia humana se
podía trazar siguiendo el desarrollo del trabajo. La evolución del hombre desde
sus etapas inferiores hasta las superiores se lleva a cabo por medio del
proceso en desarrollo del trabajo, el cual ha transformado las condiciones
naturales de la existencia humana en condiciones sociales. En el comunismo
primitivo, el trabajo era un modo de la actividad propia; la función creativa
del hombre que brotaba de sus capacidades naturales y desarrollaba más sus
talentos naturales. En su contacto con la naturaleza, el hombre primitivo, a
pesar de las limitaciones de su conocimiento, no sólo ejercía su fuerza de
trabajo sino también su juicio y de esta manera, se desarrollaba a sí mismo y a
la naturaleza.
La división social del trabajo fue el prerrequisito
necesario para moldear la naturaleza a las voluntades del hombre y crear nuevas
fuerzas productivas. Sin embargo, esto debilitó la naturaleza colectiva de la
producción y la apropiación. Los productores ya no consumían directamente lo
que producían y perdieron el control sobre los productos de su trabajo. El
hombre es esencialmente un animal que fabrica herramientas y el proceso de
producción de su vida material, el proceso de trabajo, significa el proceso de
crecimiento de las fuerzas productivas y su dominio sobre la naturaleza. Hemos
visto que Marx explica la industria como “la verdadera relación histórica de la
naturaleza, y consecuentemente la ciencia de la naturaleza, con el hombre”.
La revolución industrial, el progreso de la ciencia
natural y el avance tecnológico general revolucionaron tanto el modo de
producción que finalmente surgió un fundamento real para la libertad, sin
embargo, con la división del trabajo –de la cual lo más monstruoso es la
división entre el trabajo intelectual y el manual– surgieron las sociedades de
clases. La separación del trabajo físico e intelectual interfiere en el
desarrollo pleno del hombre. El trabajo en las sociedades de clases –ya sean
esclavistas, feudales o capitalistas– no significa ya el desarrollo libre de la
energía física e intelectual del hombre, sino que es bajo el capitalismo que ha
alcanzado su aspecto más enajenado, donde no sólo el producto del trabajo está
enajenado del obrero, sino que lo está también el propio acto de producción.
Además, ya ha dejado de ser “la primera necesidad de la vida” para convertirse
en un simple medio de vida. El trabajo se ha convertido en algo penoso
que el hombre debe realizar para ganarse la vida, y no un modo de actividad en
la que desarrolle sus potencialidades físicas y mentales, pues ya no se
interesa en el desarrollo de las fuerzas productivas y, de hecho, las fuerzas
productivas parecen desarrollarse independientemente de él. El trabajo se ha
transformado en un medio para crear riqueza y “ya no se desarrolla junto con el
individuo hacia un destino particular”.[3]
Lo nuevo en El Capital, comparado tanto
con las primeras obras donde Marx usa el término trabajo enajenado y clama por
“su abolición”, como con la Crítica donde “este ya no se desarrolla
junto con el individuo hacia un destino específico”, es que ahora Marx va
directamente al proceso mismo del trabajo. El análisis del proceso de trabajo
capitalista es la piedra angular de la teoría marxista y es aquí donde vemos
qué tipo de trabajo produce valor –el trabajo abstracto– y cómo el
trabajo individual concreto, con habilidades específicas, se ve reducido por
la disciplina del reloj de la fábrica a ser simplemente el productor de una
masa de trabajo rígida y abstracta.
No existe un
ser tal que sea un “obrero abstracto”: o se es minero, sastre, obrero del acero
o se es un panadero. A pesar de eso, la vil naturaleza de la producción
capitalista es tal que el hombre no es el amo de la máquina; la máquina es el
amo del hombre. A través de la instrumentalidad de la máquina, la que se
expresa a sí misma en el tic-tac del reloj de la fábrica, la habilidad del
hombre, ha llegado a ser ciertamente irrelevante en la medida que cada uno
produce una cantidad dada de productos en un tiempo determinado. El tiempo de
trabajo socialmente necesario es el ayudante de la máquina que cumple la
transformación fantástica de todos los trabajos concretos en una masa
abstracta. Las constantes revoluciones tecnológicas cambian la cantidad de
tiempo de trabajo estipulado como socialmente necesario. Si lo que ayer se
producía en una hora, hoy se produce en media hora, el reloj de la fábrica
funciona de acuerdo con eso y las habilidades específicas no cuentan. Todos
deben subordinarse al tiempo recién establecido como socialmente necesario a ser
gastado en las mercancías, y la competencia en el mercado se encargará de que
así sea.
Pagado o no, todo trabajo es un trabajo forzado,
cada instante de él. Con su análisis del tipo de trabajo que produce
valor y plusvalía, y de la manera como se hace, Marx trascendió a David
Ricardo. Al mismo tiempo, liberó la teoría del valor del trabajo de David
Ricardo, de sus contradicciones, y la transformó en una teoría de la plusvalía.
Algunos marxistas han tratado el fenómeno del trabajo
enajenado como si fuera un remanente de los días hegelianos del joven Marx, que
fue adquirido antes de que lograra salirse de la jerga filosófica y pasara al
“materialismo”. Por otra parte, el Marx maduro demuestra que ese es el
verdadero eje sobre el cual gira, no sólo la ciencia o la literatura de la
economía política, sino el sistema productivo mismo. No hay nada de intelectual
o deductivo acerca del hecho de que las habilidades individuales del obrero
están enajenadas del propio obrero, convirtiéndose en trabajo social, cuyo único
rasgo específico es que es “humano”. El que logra esta transformación es un
proceso laboral muy real y muy degradante, al cual se le llama fábrica. El
concepto que tiene Marx del obrero degradado en busca de universalidad y de la
plenitud de su ser, transformó la ciencia de la economía política en la ciencia
de la liberación humana.
Como hemos demostrado, es una equivocación considerar
al marxismo como “una nueva economía política”. En verdad, es una crítica de
los fundamentos mismos de la economía política, la que no es otra cosa más que
el modo de pensar burgués acerca del modo de producción burgués.
Al introducir al obrero en la economía política, Marx la transformó de una
ciencia que se ocupa de las cosas, tales como mercancías, dinero,
salarios, ganancias, en una que analiza las relaciones de los hombres en
el acto de la producción. Es verdad que el vínculo fundamental del hombre en
este sistema histórico, es decir, transitorio, llamado sistema
capitalista, es el intercambio que hace que las relaciones sociales entre los
hombres aparezcan como relaciones entre cosas. Pero estas cosas disfrazan, en
vez de manifestar la esencia. Separar la esencia –las relaciones sociales– de
la apariencia –el intercambio de cosas– requirió de una nueva ciencia que
fuera al mismo tiempo una filosofía de la historia. Y este fenómeno
nuevo es el marxismo.
Es característico de Marx, conocido en todo el mundo
como el creador de la teoría de la plusvalía, rechazar el honor porque la
teoría estaba “implícita” en la teoría clásica del valor del trabajo. Lo que él
aportó de nuevo –dijo– fue hacer esto explícito al mostrar qué tipo de
trabajo crea valores y por lo tanto plusvalía, y el proceso mediante
el cual esto se realiza. Lo que le impidió a otros verlo, es el haberse quedado
alejados de la fábrica. Se quedaron en “la esfera” del mercado, en la esfera de
la circulación, y esto es “lo que provee al comerciante vulgar de la libre
empresa de sus perspectivas e ideas y del modelo por el que juzga a la sociedad
basada en el capital y los salarios”. Pero una vez que se deja el mercado donde
“sólo reina la libertad, la igualdad, la propiedad y Bentham”, se puede
percibir “como si cambiase la fisonomía de los personajes de nuestro
drama (dramatis personae). El antiguo poseedor del dinero abre la marcha
convertido en capitalista y tras él viene el poseedor de la fuerza de
trabajo, transformado en obrero suyo, aquel pisando recio y sonriendo
desdeñoso, todo ajetreado; este, tímido y receloso, de mala gana, como quien va
a vender su propio pellejo y sabe la suerte que le aguarda: que se lo curtan”.[4]
David Ricardo había sido incapaz de liberar su teoría
del valor del trabajo de las contradicciones que le sobrevinieron cuando trató
el más importante intercambio entre el capital y el trabajo. Por otra parte,
Marx fue capaz de demostrar cómo la desigualdad surge de la igualdad del
mercado.
Es así, porque en los millones de mercancías que se
intercambian diariamente, una y solamente una, la fuerza de trabajo, se
encuentra incorporada a la persona viva. Un billete de cinco dólares o un corte
de tela tienen el mismo valor en el mercado, que en la casa, o en la fábrica, o
en el bolsillo. La fuerza de trabajo, por otra parte, primero tiene que ser utilizada
y puesta a trabajar en la fábrica, por consiguiente, el obrero puede y está
obligado a trabajar más de lo que cuesta reproducirse a sí mismo. Cuando se da
cuenta de eso, su voz “sofocada por la tormenta y la violencia del proceso de
producción”, exclama: “Eso que desde su lado parece auto-expansión del valor,
desde su posición, es un desgaste extra de fuerza de trabajo”.[5] Es demasiado
tarde, su mercancía, la fuerza de trabajo, ya no le pertenece a él, sino a
quien la compra. Después se le dice, sin miramientos, que puede marcharse si lo
desea, pero mientras esté en la fábrica debe subordinarse al mando del
capitalista, a la máquina y al reloj de la fábrica.
El capitalista es de lo más recto en sus transacciones
y no engaña, tiene un contrato con el obrero, con todas las leyes de
intercambio: tanto dinero por tantas horas de trabajo. La utilidad de
una cosa, le dice al obrero, le pertenece a él que es quien ha pagado al valor
de cambio. Él ha pagado tanto dinero por un día de trabajo y tiene tanto derecho
sobre él, así como el obrero lo tiene sobre su salario. Él, el capitalista, no
va detrás del obrero para ver si es un buen esposo y lleva sus cinco dólares a
su esposa en casa, o si va al bar a bebérselo. ¿Por qué, entonces, el obrero no
puede ser considerado con el derecho que el capitalista tiene sobre su
producto? En cualquier caso el obrero puede tomarlo o dejarlo. Pero mientras
permanezca en la fábrica –y aquí la voz de “Don Ricachón” resuena con una
incuestionable autoridad militar– ¡más le vale al obrero saber quién es el
jefe!
Es lamentable que la fuerza de trabajo no se pueda
desprender del obrero. Si se pudiera, el capitalista dejaría que este se fuera
y usaría solamente la mercancía –la fuerza de trabajo– que por derecho le
pertenece puesto que pagó por ella. De esta manera, él concluye piadosamente,
que no ha violado ninguna ley incluyendo la ley del valor de David Ricardo.
Y es cierto, la ley funciona en la fábrica, pero en la
fábrica “esta” no es ya una mercancía –“esta” es la propia actividad, es
el trabajo. En verdad, al obrero vivo se le hace trabajar más allá del valor de
su fuerza de trabajo. Su sudor se solidifica en un trabajo no remunerado y ese
es precisamente el “milagro” de la plusvalía: que la fuerza de trabajo está
incorporada en el obrero vivo, quien puede ser y es, obligado a producir un
valor mayor al que él mismo tiene.
El fracaso de la teoría de D. Ricardo al explicar el
intercambio entre capital y trabajo –sobre la base de su propia ley primaria
del valor del trabajo– significó la desintegración de esa escuela. Fue un
fracaso ineludible al no poder explicar cómo es que el trabajo –la fuente y
generador de todos los valores– se empobrece más, entre más valores crea el
obrero. El socialismo utópico no pudo avanzar, al quedar aprisionado en las
categorías económicas de David Ricardo.
Marx traspasó las barreras porque dividió las
categorías creadas por la economía política clásica y creó nuevas categorías.
Rechazó el concepto del trabajo como una mercancía. El trabajo es una actividad,
no una mercancía. No fue accidental que D. Ricardo usara la misma palabra para
actividad que para mercancía, quedando cautivo de su concepto del obrero humano
como una cosa. Marx, por otro lado demostró que lo que vendía el obrero no era
su trabajo sino sólo su capacidad de trabajo, su fuerza de trabajo.
Aquí hay dos principios implicados, uno fruto de la
teoría y el otro de la práctica. Al dividir la vieja categoría del trabajo en
1) el trabajo como actividad o función, y 2) capacidad para trabajar, o fuerza
de trabajo –la mercancía– Marx forjó una nueva arma teórica con la cual
investigar las nuevas fuerzas materiales que se desarrollaron fuera de la vieja
categoría. El término mismo, fuerza de trabajo, abrió toda clase de
nuevas puertas para una mejor comprensión. Lo capacitó para dar un salto, en el
pensamiento, que se correspondiera a la nueva actividad de los obreros.
La prueba de
este nuevo poder por parte de los teóricos, incluso con el nuevo poder del
obrero, se ve más claramente en el corto capítulo de El Capital sobre
“Cooperación”. Sus veinticinco páginas parecen sólo describir cómo los hombres
trabajan juntos para producir cosas, pero en realidad, al analizar cómo los
hombres trabajan juntos, Marx describe cómo se crea un nuevo poder social. Él
pudo descubrir este nuevo poder social en la producción porque antes que nada,
distinguió entre la productividad de las máquinas y la de los hombres. Lo que
caracteriza a El Capital de principio a fin es la preocupación por los
seres humanos. Marx vivió en la segunda mitad del siglo diecinueve cuando la
mayoría de los teóricos creían que con el avance de la tecnología, se
resolverían todos los problemas de la humanidad, y debido a que Marx pensó
primero y sobre todo en los obreros, en su condición y sentimientos, pudo
anticipar la pregunta clave de nuestra época: ¿Se incrementa la productividad
por la expansión de la maquinaria o por la expansión de las capacidades
humanas?
Los capitalistas y sus ideólogos siempre piensan en
aumentar la productividad a base de máquinas más perfectas. Lo que le sucede al
obrero como resultado es, justamente algo que “no se puede evitar”. Su
principio dominante es tener los ojos puestos en las economías y en la
expansión de la maquinaria. Y eso está “completamente de acuerdo con el
espíritu de la producción capitalista” –afirmó Marx.
Por otra parte, Marx se interesaba por la
“productividad personal” del propio obrero. Esa es la línea de clase que
él traza. Partiendo de estas premisas –tan extrañas al intelectual y tan
naturales para el obrero que ha trabajado en la producción a gran escala– Marx
fue capaz de descubrir que lo que se involucra en la cooperación de muchos
obreros es una fuerza productiva. Marx no está tratando con una simple suma de
individuos y no hay palabras que puedan sustituir su elocuencia de Marx al
decir: “La cooperación no tiende solamente a potenciar la fuerza productiva
individual, sino a crear una fuerza productiva nueva, con la necesaria
característica de fuerza de masa”.[6]
Los nuevos poderes no son fácilmente concebidos o
creados. Se requiere una revolución en el pensamiento para comprenderlos, así
como de una revolución en la sociedad para crearlos. Marx analizó este nuevo
poder social y señaló los nuevos poderes psicológicos que se desarrollan a
través de la cooperación: “Manos y ojos tanto adelante como detrás”, el
insistió en que esta nueva capacidad no debe ser explicada meramente
intensificándola como un ascenso en la fuerza mecánica del trabajo, ni tampoco
es una simple extensión de la acción sobre un espacio mayor. Lo que se
desarrolla es una nueva fuerza social:
“…la fuerza
productiva específica de la jornada de trabajo combinada es la fuerza
productiva social del trabajo o la fuerza productiva del trabajo social.
Esta fuerza productiva brota de la misma cooperación. Al coordinarse de un modo
sistemático con otros, el obrero se sobrepone a sus limitaciones individuales y
desarrolla su capacidad de creación”.[7]
Aquí Marx ha profundizado su concepto anterior de “la
búsqueda de la universalidad” de los obreros. Ya no es sólo una fuerza
ideológica, sino que ha llegado a ser también una fuerza material poderosa. En Miseria
de la filosofía, Marx escribió: “Pero desde el momento en que se suspende
todo desarrollo especial, la necesidad de universalidad, la tendencia hacia un
desarrollo integral del individuo comienza a hacerse patente”.[8]
En El Capital, nos muestra cómo al despojarse
de las cadenas de la individualidad y desarrollar las capacidades de la especie
humana, descubre lo que es una segunda naturaleza en los obreros como resultado
de años en la producción a gran escala: la inmensa provisión de energía
creativa latente en ellos.
El capitalismo
ve en este nuevo poder social a un rival, a un adversario. El plan capitalista
existe para sofocarlo y suprimirlo. En su capítulo sobre la “Cooperación”, Marx
desarrolla primero su concepto del plan capitalista, de cómo “desde el punto de
vista ideal, la coordinación de sus trabajos se les presenta a los obreros como
plan; prácticamente, como la autoridad del capitalista, como el poder de una
voluntad ajena que somete su actividad a los fines perseguidos por aquella”.[9] Aquí nuestra
época arroja una nueva luz puesto que vemos que la dirección, ya sea del Estado
capitalista o de la corporación privada, sostiene que su plan es necesario
porque el trabajo es complicado y requiere de una dirección. Los obreros no son
engañados por estos alegatos. Ellos saben por su experiencia diaria del
derroche desenfrenado que va junto con la tiranía de los planes capitalistas.
Los intelectuales son los únicos engañados. Ellos dicen que el plan capitalista
tiene dos lados: el lado “bueno” de liderazgo y previsión, y el “malo”, de
dominación.
Esta separación solamente existe en sus mentes. Desde
un punto de vista práctico, la autoridad del capitalista en la vida de los
obreros es “el poder de una voluntad ajena que somete su actividad a los fines
perseguidos por aquella”. Aquí, nuevamente, debido a que la única realidad para
Marx es la experiencia real de los obreros, él perfora las ilusiones
traicioneras acerca del plan.
La ideología y la economía están tan integralmente
relacionadas con el movimiento histórico como lo están el contenido y la forma
en una obra literaria.[10] Esto se
desprende brillantemente de la obra de análisis mas notable de los anales de la
economía política: “El fetichismo de las mercancías”. En esta sección Marx
demuestra que la apariencia de la riqueza capitalista, como una acumulación de
mercancías, no es un mero espectáculo. La apariencia deslumbra y hace
que las relaciones entre los hombres parezcan participar del “carácter místico
de las mercancías”. Que una relación entre los hombres aparezca como una
relación entre cosas es, desde luego, fantástica. Es característico de la
estrechez del pensamiento burgués, el cual no sólo creó el fetichismo, sino que
llegó a ser su víctima. Incluso la economía política clásica, que descubrió el
trabajo como el origen del valor, no pudo escaparse de ser prisionera de ese
“carácter místico de las mercancías”.
Bajo el capitalismo, la relación entre los hombres
aparece como una relación entre cosas porque eso es lo que “verdaderamente
son”. La máquina es el amo del hombre y por lo tanto él es menos que una cosa.
La naturaleza de la producción capitalista es tan perversa, que el fetichismo
fantástico de las mercancías es su verdadera naturaleza. Marx declara
que solamente el trabajo libremente asociado será capaz de despojar a
las mercancías del fetichismo.
Al trazar el desarrollo dialéctico de este fetichismo,
Marx llega a la naturaleza de clase de la forma del valor, y es
entonces cuando se pregunta por primera vez: ¿De dónde surge el fetichismo?, y
responde: “Evidentemente de la forma misma”. El fetichismo de las mercancías es
el opio que usurpa el lugar de, la mente,[11] la ideología de
la sociedad capitalista, es complemento falso y aprisiona tanto al capitalista
como a su representante intelectual. Ya en el Manifiesto comunista, Marx
mostró que los capitalistas son incapaces de aprehender la verdad de que el
capitalismo es un orden social transitorio, porque ellos y sus ideólogos
transforman en “leyes eternas de la naturaleza y la razón, a las formas
sociales originadas del modo de producción actual”. Debido a .que no ven el
futuro, el orden social que le sigue, no pueden entender el presente. El
conocimiento proletario, por otra parte, entiende la verdad del presente y
debido a que no es una fuerza pasiva, sino activa, al mismo tiempo restablece
la unidad de la teoría y la práctica.
2) Las categorías
económicas marxistas y la lucha en el acto de la producción: Capital constante
y variable, o el dominio del trabajo muerto sobre el trabajo vivo
La contradicción hegeliana (es)
fuente de toda la dialéctica.[12]
.
Al
analizar el sistema económico del capitalismo, Marx escribió unas cinco mil
páginas, o cerca de dos millones de palabras. A lo largo de este gigantesco
trabajo, pudo usar las categorías ya establecidas por la economía clásica,
delimitó el valor –y con él la plusvalía– tomó las categorías mismas de las
economías clásicas y en tres casos, solamente en tres, tuvo que crear
categorías completamente nuevas. Estas son: fuerza de trabajo, capital
constante y capital variable. Nunca se recalca lo suficiente que todas las
nuevas categorías surgen de la contribución original de Marx a la economía
política –el análisis de la dualidad del trabajo– pues es a partir de la
división de la categoría del trabajo en trabajo concreto y abstracto que
surgieron estas nuevas categorías. Habiéndonos ocupado ya de la fuerza de
trabajo, atenderemos ahora a las otras dos categorías.
Hasta entonces la ciencia económica había hecho una
distinción sólo entre capital fijo y circulante. Esta distinción partía del
proceso de circulación, no del proceso de producción. Sin embargo, el
proceso de producción es lo que determina todo lo demás. El capital constante y
el variable resultan esenciales una vez que se analiza el proceso mismo de
producción. La fuerza de trabajo y los medios de producción son, por supuesto,
los elementos principales de cualquier sistema social de producción, pero sólo
bajo el capitalismo se unen como “los diferentes modos de existencia que asumió
el valor del capital original, cuando de dinero se transformó en los diversos
factores del proceso de trabajo”: capital variable y capital constante.
1) El capital constante comprende los medios de
producción y las materias primas, el trabajo muerto. En magnitud no sufren
ningún cambio en el proceso de producción, pues su valor ha sido establecido
por el proceso de trabajo del que nacieron. En su totalidad o en parte ceden su
valor a las mercancías, pero no pueden ceder más de lo que tienen.
2) El capital variable es la fuerza de trabajo
en el proceso real de producción. Sí sufre una variación en la magnitud, puesto
que reproduce no sólo su propio valor, sino un excedente no remunerado. En una
palabra, el obrero no puede dejar el trabajo cuando ve que ya ha producido el
equivalente de su salario porque el reloj de la fábrica marca sólo las doce del
día y no la hora de salida
Marx es sumamente específico e inexorable al calificar
a ambos factores de producción como capital.
En las sociedades precapitalistas había trabajo muerto
o había máquinas, o al menos herramientas, pero el trabajo muerto no dominaba
al trabajo vivo. El salvaje era el amo absoluto de su arco y su flecha. No lo
dominaban; él los dominaba. El siervo no tenía tractor y tenía que usar un
azadón de madera. Pero el instrumento rudimentario no tenía un valor que
asegurara su independencia en el proceso de producción de modo que la energía
del obrero vivo era sólo un medio para su expansión. La automatización, sin embargo,
significa que más y más máquinas necesitan cada vez menos del trabajo vivo, que
más y más eficientes máquinas necesitan cada vez menos destreza en el
conglomerado general del trabajo humano.
El obrero es incapaz de oponer resistencia a este
“proceso de succión”[13] porque ahora no
es más que una parte del capital, “una simple, monótona, fuerza productiva que
no tiene que tener ni facultades corporales ni intelectuales”. El montador de
radio cuya línea de montaje tiene que producir de setenta y cinco a noventa
radios en una hora no se detendrá para investigar sobre su mecanismo. Él sólo
sabrá que equivale a hacer ocho conexiones por radio y los alambres para él son
solamente colores azul, rojo y verde, de modo que su vista pueda distinguirlos
sin detenerse a pensar. Él entrelazará cerca de cuatro mil ochocientos alambres
al día y sus manos manejarán el par de pinzas con tal rapidez para que las
armazones no se acumulen sobre su banco. Eso le probará al jefe que está a la
altura de su especialidad, que es un buen medio para la expansión del valor.
Marx llama a esto la subordinación real del trabajo al
capital. Así es como el trabajo acumulado domina al trabajo vivo. Es esta
dominación la que transforma el trabajo acumulado en capital, una fuerza
divorciada del productor directo y que lo explota. He ahí el antagonismo entre
trabajo acumulado y trabajo vivo. El trabajo vivo se enfrenta al trabajo muerto
como a su enemigo mortal. Bajo el capitalismo, escribió Marx, todas las
condiciones de existencia se han concentrado y agudizado tanto que se han
reducido a dos: trabajo acumulado y trabajo vivo, es decir, capital constante y
capital variable.
El antagonismo entre trabajo acumulado y trabajo vivo
se personifica en la lucha entre el capitalista y el obrero, pero el dominio
del capitalista sobre el obrero “no es nada más que el dominio de las cosas
sobre el hombre, del trabajo muerto sobre el trabajo vivo”.[14]
Dado que el dominio del trabajo muerto sobre el vivo
caracteriza a toda la sociedad moderna, Marx llama al capital “valor que se
valoriza a sí mismo, en una especie de monstruo animado que rompe a trabajar
como si encerrase el alma en su cuerpo”.[15] Pero en cada
punto crítico de la historia, aun los marxistas, como veremos cuando nos
ocupemos de Rosa Luxemburgo, han tratado de despojar a estas categorías de su
carácter específicamente capitalista que, como lo planteara Engels, les da su
“peculiar distinción”. No han tenido en cuenta la metodología de Marx cuyo
punto de partida fue el mundo real en el que vivió.
La realidad económica determinó la estructura del
trabajo de Marx. Apenas había establecido las dos nuevas categorías –capital
constante y capital variable– se apartó de la abstracción de la teoría para
centrarse en las luchas reales de la clase obrera en contra de lo que él llamó
“el hambre de licántropo por la labor excedente” del capitalista, lo que se
expresa primero en un intento ininterrumpido por extender la jornada de
trabajo. Marx llama a la plusvalía resultante de la extensión de la jornada de trabajo,
la plusvalía absoluta.
Cualquiera que piense que Marx derrochó sesenta y
cuatro páginas en “temas plañideros” desconoce totalmente el hecho de que la
sociedad se habría derrumbado si el obrero no hubiera luchado por la reducción
de la jornada de trabajo. La sección sobre “la jornada de trabajo” es una de
las contribuciones únicas al análisis de la sociedad humana. Cualquier lucha de
los obreros por establecer una jornada de trabajo normal se enfrentaba con la
oposición hostil de los poderes del Estado y del capitalista. Esta “larga y
difícil guerra civil”[16] moderó el
desprecio del capitalista por la vida humana. En tres generaciones, el
capitalismo consumió nueve generaciones de tejedores. Los obreros aprendieron a
trabajar solidariamente y a organizarse en contra de esta carnicería en masa.
El capitalismo respondió a esta lucha con un factor
aún más poderoso que la extensión estatal de la jornada de trabajo. El
desarrollo tecnológico hizo posible la extracción de una mayor plusvalía dentro
de la misma jornada de trabajo. Cuando se llega a la maquinofactura,
podemos ver cómo las nuevas categorías de Marx –capital constante y capital
variable– iluminan las contradicciones siempre crecientes de la producción
capitalista. El capital constante –la maquinaria– no sufre ningún cambio en
valor, sin importar cuán poco o mucho se le trabaje. El obrero, con su tipo
concreto de trabajo, puede transferir el valor de la máquina al nuevo producto,
sólo en la medida de su valor original, es decir, el tiempo de trabajo
socialmente necesario que llevó producirlo. Como materia inanimada, la
maquinaria es incapaz de crear valor y ganancias del proceso de trabajo. El
capitalista, por lo tanto, es totalmente dependiente de su otro tipo de
capital, el capital variable: la fuerza de trabajo del obrero, quien por
consiguiente, debe ser obligado a producir cada vez más. Cuando esto no se
puede lograr mediante la extensión de la jornada de trabajo, debe lograrse a
través de la aceleración del proceso productivo. Aquí es donde el reloj de la
fábrica juega su papel, ya no es simplemente un mecanismo para medir la
cantidad de la producción, se ha convertido en una medida de la intensidad del
trabajo mismo. El trabajo excedente o la plusvalía así extraído está directamente
relacionado con el deterioro y desgaste del obrero. Mientras la extracción
de la plusvalía mediante la extensión de la jornada laboral era la producción
de la plusvalía absoluta, la extracción de la plusvalía en una determinada
jornada de trabajo es la producción de la plusvalía relativa. En el
maquinismo, el capitalismo no solamente tiene una fuerza productiva;
tiene una fuerza capaz de doblegar a la mano de obra al grado preciso de
intensidad y docilidad, “una disciplina cuartelaría”.[17]
Cuando el maquinismo se organiza en un sistema, cuando
se convierte en el cuerpo de la fábrica, su espíritu es
incorporado al reloj de la fábrica, la función del capitalista es extraer tanta
o mayor plusvalía, dentro de la jornada de trabajo dada, de la que había
extraído previamente durante una jornada elástica de trabajo. La máquina debe
justificar su costo de producción alargando esa parte de la jornada de trabajo
en la cual el obrero produce el excedente de lo que es necesario para
mantenerlo y para reproducir su clase.
Lo que hace esto posible son las mercancías más
baratas. Eso es todo lo que veían los liberales. Marx vio la mayor explotación
del obrero, la mayor contradicción en la producción capitalista. Desde el
principio Marx advirtió que: “Cuanto mayor sea la cantidad de valor de uso,
mayor será, de por sí, la riqueza material: dos levitas encierran más
riquezas que una. Con dos levitas pueden vestirse dos personas; con una de
estas prendas, una solamente, etc. Sin embargo, puede ocurrir que a medida que
crece la riqueza material, disminuya la magnitud de valor que representa. Estas
fluctuaciones contradictorias entre sí se explican por el doble carácter del
trabajo”.[18]
Al principio, la relación de los ideólogos burgueses
con la ciencia no fue ambigua. El profesor Ure fue muy franco: “Cuando el
capitalismo pone a la ciencia a su servicio, la mano refractaria del trabajo
siempre recibirá la lección de docilidad”.[19] El júbilo fue
grande. “Una de las más singulares ventajas que derivamos de la maquinaria”,
Marx cita a Barbage, “es en el freno que pone a la distracción, la ociosidad y
la bribonería de los agentes humanos”. Sí, con la automatización, y con la
experiencia de unas cuantas revoluciones, los capitalistas y sus ideólogos se
ufanan de “la alfombra mágica” de la nueva revolución industrial que “aligera”
el trabajo, no deja de ser verdad que la maquinaria no sólo ha superado la
habilidad y fuerza del obrero, sino que les ha impuesto una mayor tensión
nerviosa y física entre mayor es el esfuerzo por unidad de tiempo laboral. Marx
vio todo esto hace cien años, describió el método por el cual millones de tipos
específicos de trabajo son transformados en una masa abstracta, y enfocó su
atención sobre la dominación del capital a través de la “distinción peculiar”
de sus categorías originales: el capital constante y el capital variable.
El papel jugado
en la producción de la plusvalía absoluta por la lucha para acortar la jornada
de trabajo, ahora lo juega la “pugna entre el obrero y la maquinaria”. Los
marxistas profesionales han tenido una actitud demasiado sofisticada frente a
las revueltas que han irrumpido en la historia del capitalismo, simplemente las
dan por sentado.
Actúan como si estuvieran avergonzados (y muchos lo
están) del periodo en que los obreros destruyeron las máquinas. Ellos habrían
“preferido” que los obreros, en vez de eso, pelearan con “el verdadero enemigo”
en el frente político. Sin embargo, Marx llamó a estos actos violentos de los
obreros contra las máquinas “revueltas en contra de esa forma particular de los
medios de producción que son la base material del modo capitalista de
producción”. De esta manera, a estos marxistas profesionales se les escapa lo
esencial de la teoría marxista de que la revuelta marca cada etapa del
progreso capitalista. Como lo expresó Marx: “Se podría escribir toda una
historia de las invenciones, desde 1830, con el sólo propósito de
proporcionarle al capital armas en contra de las revueltas de la clase obrera”.[20] La revuelta fue la causa del cambio a métodos
avanzados; la revuelta salvó la vida del país. A su vez, cada revuelta causó
una mayor centralización, explotación, socialización y mayor organización del
proletariado, tanto objetiva como subjetivamente.
Hay dos movimientos en El Capital: el histórico
y el lógico. El histórico incluye los orígenes del capitalismo que Marx llama
“La acumulación originaria del capital”. El poder del Estado fue empleado para
“apresurar el proceso de transformación del modo feudal de producción al modo
capitalista”. Marx demuestra primero, que “sirve de base a todo este proceso la
expropiación que priva de su tierra al productor rural, al campesino”,[21] y luego dice,
del origen del capitalista industrial: “El descubrimiento de los yacimientos de
oro y plata de América, la cruzada de exterminio, esclavización y soterramiento
en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo
de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de
esclavos negros: son todos hechos que señalan los albores de la era de
producción capitalista. Estos procesos idílicos constituyen factores
fundamentales en el movimiento de la acumulación originaria”.[22] Pero todo esto
es preliminar al desarrollo real de la producción capitalista.
Las tres etapas del desarrollo de la producción
capitalista son: l) la cooperación; 2) la división del trabajo y la
manufactura; y 3) la maquino factura. Al igual que a partir del desarrollo
histórico del campesino expropiado, a partir del desarrollo lógico del
capitalismo, llegamos al punto sin retorno: la concentración y centralización
del capital en un extremo, y la socialización y revolución del trabajo, en el
otro.
En la sociedad
capitalista, la mercancía de las mercancías es la fuerza de trabajo. Toda la
sociedad está regida por la necesidad de producir fuerza de trabajo, de acuerdo
con el tiempo de trabajo necesario para la producción de esta mercancía. Por lo
tanto, el costo del obrero es la primera consideración del capitalista.
Repitamos: es su primera consideración. Él debe mantener bajo su costo.
A menos que aumente constantemente la cantidad de
trabajo acumulado, se expanda o reorganice su fábrica, o haga las tres cosas,
el valor de su sistema productivo no sólo declinará sino que desaparecerá
totalmente. En tiempos normales pierde su mercado porque no puede vender. En
tiempos anormales es derrotado en la batalla y todo su sistema productivo le es
físicamente arrebatado. Por lo tanto, su preocupación fundamental debe ser
siempre aumentar el valor del capital que tenga. Ahora –y de nuevo esto se lo
debemos a Marx– el único modo de incrementar el capital es la cantidad de
trabajo vivo que pueda aplicar al capital que ya tiene. Consecuentemente, su
preocupación fundamental es aumentar el valor, es decir, crear plusvalía, ganar
un valor mayor al que gasta. Esta es la esencia de la producción capitalista.
Esto es lo que Marx llamó “la naturaleza específica característica de la
producción capitalista”. La burguesía moderna ha prostituido la palabra
“revolucionario” hasta convertirla simplemente en un derrocamiento violento en
la oscuridad de la noche, “una conspiración”. En verdad, comparado con los
órdenes sociales anteriores, el capitalismo era el más revolucionario, no por
su violento derrocamiento del orden feudal antiguo, sino por sus revoluciones tecnológicas
diarias. En el Manifiesto comunista el joven Marx había escrito:
“La burguesía
no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los
instrumentos de la producción y, por consiguiente, las relaciones de
producción, y con ellos todas las relaciones sociales. La conservación del
antiguo modo de producción era, por el contrario, la primera condición de
existencia de todas las clases industriales precedentes. Una revolución
continúa en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones
sociales, una inquietud y un movimiento constantes distinguen a la época
burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones estancadas y
enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos,
quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de llegar a osificarse. Todo lo
estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado es profanado y los hombres,
al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia
y sus relaciones recíprocas”.
El Marx maduro cita precisamente este pasaje cuando,
en su análisis de la “Maquinaria y la gran industria”, llega a la “contradicción
absoluta entre las necesidades técnicas de la industria moderna y el carácter
social inherente a su forma capitalista” y ve cómo “esta contradicción absoluta
destruía toda la quietud, la firmeza y la seguridad en la vida del obrero”, que
se hace un ejército de reserva industrial y “en ese holocausto ininterrumpido
de que se hace víctima la clase obrera en el derroche desenfrenado de fuerzas
de trabajo y en los estragos de la anarquía social”.[23]
Marx subraya que este es el “lado negativo del
fenómeno”. Muestra cómo la resistencia de los obreros es el aspecto
positivo que obliga a la industria moderna “bajo pena de muerte” a
remplazar el mero fragmento de hombre “por el individuo desarrollado en su
totalidad, para quien las diversas funciones sociales no son más que otras
tantas manifestaciones de actividad que se turnan y se revelan”.[24]
Después de seguir el desarrollo dialéctico de los dos
contrarios, el trabajo vivo y el trabajo muerto, el trabajo y la maquinaria, a
partir de la “Cooperación” pasando por la “División del trabajo y la
manufactura”, hasta llegar a la “Maquinaria y la gran industria”,
Marx concluye que no hay más que la solución histórica para los
“fermentos revolucionarios cuyo resultado final es la abolición de la antigua
división del trabajo, diametralmente opuesta a la forma capitalista de
producción y al status económico del obrero correspondiente a esa forma”.97 La pena de
muerte que pende sobre el modo de producción capitalista, y los elementos de la
sociedad socialista que están enraizados en la anterior, chocarán frente a
frente en “El proceso de acumulación del capital”, la parte final de la
gran obra de Marx.
3) La acumulación
del capital y
las nuevas fuerzas y
pasiones
El objetivo último de este trabajo es poner
al
descubierto la ley económica del
movimiento en la sociedad moderna.
Prólogo
a El Capital
En El
Capital lo histórico y lo lógico no son dos movimientos separados: la
dialéctica los contiene a ambos. No es que Marx los haya interrelacionado; es
inherente a la vida y a la naturaleza de cada uno el contener al otro. Lo que
Marx tiene como supuesto subyacente es que la historia no ha relevado a la
teoría de la necesidad de trascender la sociedad dada. Con Marx, la teoría no
está ajena a la realidad, sino que es la realidad su punto de partida y de
retorno. Es la realidad de donde emana el movimiento y lo que Marx hace es
asegurarse de que el objeto y el sujeto se mantengan como un todo. La teoría y
la práctica juntas forman la realidad en todo momento. La primera frase del
capítulo, que es en sí el clímax de todo el primer tomo –“La ley general de la
acumulación capitalista”– establece: “Estudiaremos en este capítulo la
influencia que el incremento del capital ejerce sobre la suerte de la clase
obrera”.[25] Esto no es mera
agitación. Puede ser, y está expresada en los términos científicos más precisos
que se hayan descubierto para discernir la ley del movimiento de la sociedad
capitalista. “El factor más importante, en esta investigación”, señala la
siguiente frase de Marx, “es la composición del capital”.
La ley del crecimiento siempre ascendente de la
maquinaria, a costa de la clase obrera, que hasta ahora había sido expresada
como el crecimiento del capital constante sobre el variable, ahora se expresa
tomándola como una totalidad, como el valor y la composición técnica del
capital, que Marx llama “la composición orgánica del capital”. Es decir,
son parte del mismo organismo y no pueden separarse una de la otra, de la misma
manera que no se puede separar la cabeza del cuerpo, y aún seguir viviendo.
Desde el inicio de El Capital vimos la
interdependencia del valor de uso. El valor, escribió Marx, puede ser
indiferente al valor de uso del cual nace, pero debe ser sostenido por algún
valor de uso. Esta forma física asume un significado adicional en la cuestión
de la acumulación o de la reproducción expandida: “La plusvalía sólo es
susceptible de transformarse en capital, porque el producto excedente cuyo
valor representa aquella, encierra ya los elementos materiales de un nuevo
capital”.[26]
El capital, que es “valor engrandecido con valor”,
profundiza la contradicción entre valor de uso y valor. Esto es así porque no
sólo las formas materiales y de valor están en conflicto constante, sino que
también lo están las relaciones de clase que “interfieren” con el
proceso de producción. El capital no es una cosa, sino una relación de
producción establecida por la instrumentalizad de las cosas. La producción
expandida agrava más esta relación de clase producida y reproducida por la
producción capitalista. La propiedad “vista del lado del capitalista se
convierte en el derecho a apropiarse trabajo ajeno no retribuido, o su
producto, y, vista del lado del obrero, como la imposibilidad de hacer suyo el
producto de su trabajo”.[27]
De las necesidades más profundas de la producción
capitalista, cuya fuerza motriz es la producción de la plusvalía, surge el
impulso de pagarle al obrero el mínimo y extraer de él el máximo.
La lucha de clases surgida de esto, conduce, bajo ciertas circunstancias, a un
aumento de salarios. Pero ese aumento nunca es tan alto como para amenazar las bases
de la producción capitalista. La ley del valor que domina este modo de. producción,
conduce, por una parte, a la concentración de los medios de producción, y por
la otra, a la socialización del trabajo.
El capitalismo se desarrolla de acuerdo con estas dos
leyes fundamentales: la ley de la concentración del capital, y la ley de la
socialización del trabajo. “Un capitalista siempre desplaza a muchos otros”,
escribe Marx, agregando que: “Paralelamente con esta centralización del capital
o expropiación de muchos capitalistas por unos pocos, se desarrolla en
una escala cada vez mayor la forma cooperativa del proceso de trabajo, la
aplicación técnica consciente de la ciencia, la explotación sistemática y
organizada de la tierra, la transformación de los medios de trabajo en medios
de trabajo utilizables sólo colectivamente, la economía de todos los medios de
producción al ser empleados como medios de producción de un trabajo combinado,
social, la absorción de todos los países por la red del mercado mundial y, como
consecuencia de esto, el carácter internacional del régimen capitalista”.[28]
Nótese la frase: “la forma cooperativa del proceso
laboral”. Marx se centra en lo que sucede en la producción, la ley de la
socialización del trabajo. Cada etapa en este proceso de desarrollo del trabajo
cooperativo, socializado, aumenta su número, lo une, lo disciplina y lo
organiza. Cuando Ford construye la planta River Rouge, al necesitar alrededor
de 60,000 obreros –por el solo hecho de trabajar juntos en una gran unidad de
producción– ha organizado a esos 60,000 en una fuerza social. En los días de
Marx no había plantas como la de Rouge, pero él pudo ver que el capitalismo
“produce sus propios sepultureros” en los obreros preparados para el trabajo
cooperativo por la organización de la producción a gran escala.
Otros, además
de Marx, habían advertido la forma cooperativa del trabajo y creyeron que la
consecuencia sería un nivel de vida más elevado, mayor democracia y mayor
igualdad. Marx se burló de ellos. Insistía que eran los obreros los que
estaban siendo preparados para la cooperación. Era la forma cooperativa del
proceso de trabajo la que crecía continuamente. Entre más se
entrelazaban los obreros en una unidad cooperativa, más tendría que atacarlos y
suprimirlos el capital. En vez de un crecimiento continuo de la igualdad y la
democracia, habría una lucha de clases como el mundo nunca antes había visto,
así como una creciente e ininterrumpida sublevación de los obreros. He aquí sus
propias palabras:
“Conforme
disminuye progresivamente el número de magnates capitalistas que usurpan y
monopolizan este proceso de transformación, crece la masa de la miseria, de la
opresión, de la esclavitud, de la degeneración, de la explotación; pero crece
también la rebeldía de la clase obrera, cada vez más numerosa y más
disciplinada, más unida y más organizada por el mecanismo del mismo proceso
capitalista de producción”.[29]
Marx escribió esto en 1867, hace noventa años. Desde
entonces, la unidad, disciplina y organización de la clase obrera ha crecido
hasta convertirse hoy día, en la clase social más poderosa que el mundo haya
visto. A medida que ha aumentado la centralización y disminuido el número de
magnates capitalistas, necesariamente ha debido crecer la burocracia del
trabajo. Pues los magnates, por sí solos, son demasiado pocos para disciplinar
a decenas de millones de obreros. Esta burocracia es su arma en contra de la
sociedad cooperativa. Cada obrero en la industria a gran escala reconoce esto
actualmente; es de aquí que nacen las huelgas espontáneas o wildcats.
El capataz no le dice al obrero cómo hacer su
trabajo, ni tampoco el miembro del comité. Están allí para disciplinar al
obrero. Cada día eso resulta más difícil. Por lo tanto, se precisa mayor
burocracia, mayor supervisión, más especialistas en rendimiento del tiempo, más
negociaciones, más “investigadores”. El fin último de todo esto es lo que
existe en Rusia, el Estado totalitario completamente burocratizado, con sus
campos de trabajo forzado. Es la centralización final dentro de un solo país.
En cualquier sociedad las relaciones de producción determinan, modelan,
imprimen su sello a todas las otras relaciones. A medida que la producción se
expande y se burocratiza, lo mismo sucede con todas las demás esferas de la
actividad social. Toda esta burocracia que termina en el Estado de partido
único, está basada en la necesidad de disciplinar a los obreros en la
producción.
Marx previó esta tendencia porque llevó hasta su
conclusión lógica a todas las leyes del desarrollo capitalista. Primero, mostró
cómo la centralización de los medios de producción termina en la monopolización
y creación de los grandes trusts y finalmente en la estatificación. Ya
sea que este desarrollo último de la centralización del capital fuera
acompañado “por los medios violentos de anexión” o por “la suave vía de la
formación de sociedades anónimas”, los resultados son los mismos: “Así pues, al
progresar la acumulación, cambia la proporción entre el capital constante y el
variable, si originariamente era, de 1:1, ahora se convierte en 2:1, 3:1, 4:1,
5:1, 7:1, etc., por ende como el capital crece, en vez de invertirse en fuerza
de trabajo 1/2 de su valor total, sólo se van invirtiendo, progresivamente 1/3,
1/4, 1/5, 1/6, 1/8 etc., invirtiéndose en cambio 2/3, 3/4, 4/5, 5/6, 7/8, etc.,
en medios de producción”.[30]
El resultado final de esta relación entre el capital y
el conglomerado de la clase obrera es la gran contradicción insoluble que está
demoliendo todo el sistema: el ejército de desempleados. Marx llama a esto “la
ley general absoluta de acumulación capitalista”. Entre mayor sea el uso de
la maquinaria, o el capital constante, relativamente menor será la
necesidad de la fuerza de trabajo vivo o variable. Ahora puede haber treinta
millones de obreros donde antiguamente había la mitad, pero la inversión del
capital se septuplica. Y con ello siempre vendrá aparejado el desempleo. De
esta manera, por una parte el capitalismo sigue reproduciendo al obrero
asalariado y, por la otra, lo lanza al desempleo.
Este fracaso para “emplear a la totalidad” de la
fuerza laboral sacude toda la estructura de la sociedad capitalista. Marx pone
énfasis en el hecho de que “todo modo histórico concreto de producción tiene
sus leyes de población propias, leyes que rigen de un modo históricamente
concreto”.[31] Para la
producción capitalista, como vimos, esa ley es la ley del ejército de la fuerza
de trabajo excedente, de reserva, para el modo capitalista de producción.
La incapacidad del capitalismo para reproducir su
propia sustancia creadora de valor–la fuerza de trabajo en la forma del obrero
vivo y empleado– marca la ruina del capitalismo. Marx define esta ruina en la
parte final –Parte VIII[32]– en la
que se ocupa de la génesis histórica y luego de la tendencia histórica de la
acumulación capitalista.
Los comienzos históricos del capitalismo, descritos en
“La llamada acumulación originaria”, tienen, como vimos, material altamente
agitativo. El hecho que Marx relegara este material para el final, en vez del
comienzo de El Capital, no puede sobreestimarse. Significa que Marx
deseaba, más que todo, analizar la ley del desarrollo del capitalismo,
puesto que independientemente de sus comienzos, las contradicciones surgen no
de su origen, sino de su naturaleza inherente, que “engendra, con la
fuerza inexorable de un proceso natural, su primera negación”.[33]
La ley de movimiento de la sociedad capitalista es,
por tanto, la ley de su colapso. Marx
percibió esta ley a través de la aplicación del materialismo dialéctico a las
leyes del desarrollo de la producción capitalista.
“…dentro del sistema capitalista, todos los métodos
encaminados a intensificar la fuerza productiva social del trabajo se realizan
a expensas del obrero individual; todos los medios enderezados al desarrollo de
la producción se truecan en medios de explotación y esclavización del
productor; mutilan al obrero convirtiéndolo en un hombre fragmentario, lo
rebajan a la categoría de apéndice de la máquina, destruyen con la tortura de
su trabajo el contenido de este, le enajenan las potencias espirituales del
proceso del trabajo en la medida en que a éste se incorpora la ciencia como
potencia independiente; corrompen las condiciones bajo las cuales trabaja; le
someten, durante la ejecución de su trabajo, al despotismo más odioso y más
mezquino; convierten todas las horas de su vida en horas de trabajo; lanzan a
sus mujeres y sus hijos bajo la rueda trituradora del capital”.[34]
Cuántos, en este punto, se han detenido para
lamentarse de que a pesar de todo, lo que le importa al obrero es únicamente
mejores salarios y que una vez que los obtiene está satisfecho “porque está más
acomodado”. Marx dice todo lo contrario. Marx recalca que ya sea que su
“pago sea alto o bajo” su suerte es peor. “De donde se sigue que, a
medida que se acumula el capital, tiene necesariamente que empeorar la
situación del obrero, cualquiera que sea su retribución, ya sea ésta alta o
baja. Finalmente, la ley que mantiene siempre la superpoblación relativa o el
ejército industrial de reserva en equilibrio con el volumen y la intensidad de
la acumulación mantiene al obrero encadenado al capital con grilletes más
firmes que las cuñas de Vulcano con que Prometeo fue clavado a la roca. Esta
ley determina una acumulación de miseria equivalente a la acumulación de
capital. Por eso lo que en un polo es acumulación de riqueza es, en el polo
contrario, es decir, en la clase que crea su propio producto como capital, acumulación
de miseria, de tormentos de trabajo, de esclavitud, de despotismo y de
ignorancia y degradación moral”.[35]
“La centralización de los medios de producción y la
socialización del trabajo llegan a un punto en que se hacen incompatibles con
su envoltura capitalista. Esta salta hecha añicos. Ha sonado la hora final de
la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados”.[36]
El lado positivo de todo esto es que “él mismo alumbra
los medios materiales para su destrucción. A partir de ese momento, en el seno
de la sociedad se agitan fuerzas y pasiones que se sienten cohibidas por él.
Hácese necesario destruirlo y es destruido”.[37]
De esta manera, el mismo desarrollo del capitalismo
crea la base de un nuevo humanismo: las “fuerzas y pasiones” nuevas que
reconstruirán la sociedad, sobre comienzos verdaderamente humanos, “una forma
superior de sociedad cuyo principio fundamental es el desarrollo pleno y libre
de todos los individuos”.111 Fue el haberse basado en este humanismo, más
popularmente llamado “la inevitabilidad del socialismo”, lo que le permitió a
Marx percibir la ley de movimiento de la sociedad capitalista, y la
inevitabilidad de su colapso. El humanismo de El Capital corre como un
filamento rojo a través de toda la obra y es esto es lo que le da tanto su
profundidad como su fuerza y su dirección.[38]
[1] K. Marx. El Capital, tomo
1, p. 9.
[2] Correspondencia de Marx y Engels, carta del 24
de agosto de 1867.
[8] Miseria de la filosofía, p. 157 (La paginación se corresponde con la edición
en inglés utilizada por la autora, de la edición de Charles H. Kerr & Co.,
Chicago. Hay diversas ediciones de esta obra en lengua española) (N. del T.).
[10] “Una obra de arte a la cual le falta la forma
correcta, no es una correcta o verdadera obra de arte… Las verdaderas obras de
arte son aquellas en las que el contenido y la forma muestran una completa
identidad… De manera parecida puede decirse que el contenido de Romeo y
Julieta es la ruina de dos amantes, producida por la discordia entre sus
familias: pero se necesita algo más para hacer la tragedia inmortal de
Shakespeare”. Lógica, de Hegel.
[11] Véase Hegel, sobre “La tercera actitud hacia la
objetividad”: “Lo que yo descubro en mi conciencia se exagera así hasta convertirse
en un hecho de la conciencia de todos y aun se hace pasar por la misma
naturaleza del espíritu”. Lógica. (citado por Dunayevskaya de la Lógica
de Hegel, de la segunda edición, de la traducción al inglés de Wallace, más
asequible y con una redacción mejor, pág. 134.)
[13] Archivos de Marx y Engels, edición rusa, t. II (VII), p. 69. Este es el famoso
“Capítulo VI”, o final original de El Capital, cuando estaba en forma
manuscrita. (En la actualidad este capítulo ha sido traducido al inglés en
varias ocasiones, así como al español.) (N. del T.)
[14] Ibid.
[19] Philosophy of Manufacture. (Aquí R. Dunayevskaya se refiere a Ure, Filosofía
de la manufactura, citado por Marx en El Capital) (N. del T.)
[31] El Capital,
tomo 1, p. 576. Por muy diferente que pareciera la situación en la Alemania de
Hitler y en la Rusia de Stalin, la ley capitalista de la población se cumplió,
aunque el desempleo tomó una forma muy diferente. Véase la Parte V.
[32] En la edición final, esa parte se convirtió en unos
capítulos separados pertenecientes a la Parte VII.
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