lunes, 21 de septiembre de 2015

  El humanismo y la dialéctica de El Capital, Tomo 1, de 1867 a 1883

1)      La división en la categoría de trabajo: trabajo abstracto y concreto, trabajo y fuerza de trabajo.

 La comprensión de todos los hechos
 depende de la comprensión de este
doble carácter del trabajo.
 K. Marx

Marx comienza El Capital semejante a como emprendió la Crítica, con un análisis del doble carácter de la mercancía, pasando directamente de la dualidad del valor de uso y del valor de la mercancía, al doble carácter del trabajo mismo, considerando el análisis del trabajo abstracto y concreto como su contribución original a la economía política, pues “este es el eje en torno al cual gira la comprensión de la economía política”.[1] Infatigablemente nos recuerda en su correspondencia, que debido a que “toda” comprensión depende de esto, “ello se enfatizó en el primer capítulo”[2]. Como vimos en sus primeros escritos, para Marx toda la historia humana se podía trazar siguiendo el desarrollo del trabajo. La evolución del hombre desde sus etapas inferiores hasta las superiores se lleva a cabo por medio del proceso en desarrollo del trabajo, el cual ha transformado las condiciones naturales de la existencia humana en condiciones sociales. En el comunismo primitivo, el trabajo era un modo de la actividad propia; la función creativa del hombre que brotaba de sus capacidades naturales y desarrollaba más sus talentos naturales. En su contacto con la naturaleza, el hombre primitivo, a pesar de las limitaciones de su conocimiento, no sólo ejercía su fuerza de trabajo sino también su juicio y de esta manera, se desarrollaba a sí mismo y a la naturaleza.
La división social del trabajo fue el prerrequisito necesario para moldear la naturaleza a las voluntades del hombre y crear nuevas fuerzas productivas. Sin embargo, esto debilitó la naturaleza colectiva de la producción y la apropiación. Los productores ya no consumían directamente lo que producían y perdieron el control sobre los productos de su trabajo. El hombre es esencialmente un animal que fabrica herramientas y el proceso de producción de su vida material, el proceso de trabajo, significa el proceso de crecimiento de las fuerzas productivas y su dominio sobre la naturaleza. Hemos visto que Marx explica la industria como “la verdadera relación histórica de la naturaleza, y consecuentemente la ciencia de la naturaleza, con el hombre”.
La revolución industrial, el progreso de la ciencia natural y el avance tecnológico general revolucionaron tanto el modo de producción que finalmente surgió un fundamento real para la libertad, sin embargo, con la división del trabajo –de la cual lo más monstruoso es la división entre el trabajo intelectual y el manual– surgieron las sociedades de clases. La separación del trabajo físico e intelectual interfiere en el desarrollo pleno del hombre. El trabajo en las sociedades de clases –ya sean esclavistas, feudales o capitalistas– no significa ya el desarrollo libre de la energía física e intelectual del hombre, sino que es bajo el capitalismo que ha alcanzado su aspecto más enajenado, donde no sólo el producto del trabajo está enajenado del obrero, sino que lo está también el propio acto de producción. Además, ya ha dejado de ser “la primera necesidad de la vida” para convertirse en un simple medio de vida. El trabajo se ha convertido en algo penoso que el hombre debe realizar para ganarse la vida, y no un modo de actividad en la que desarrolle sus potencialidades físicas y mentales, pues ya no se interesa en el desarrollo de las fuerzas productivas y, de hecho, las fuerzas productivas parecen desarrollarse independientemente de él. El trabajo se ha transformado en un medio para crear riqueza y “ya no se desarrolla junto con el individuo hacia un destino particular”.[3]
Lo nuevo en El Capital, comparado tanto con las primeras obras donde Marx usa el término trabajo enajenado y clama por “su abolición”, como con la Crítica donde “este ya no se desarrolla junto con el individuo hacia un destino específico”, es que ahora Marx va directamente al proceso mismo del trabajo. El análisis del proceso de trabajo capitalista es la piedra angular de la teoría marxista y es aquí donde vemos qué tipo de trabajo produce valor –el trabajo abstracto– y cómo el trabajo individual concreto, con habilidades específicas, se ve reducido por la disciplina del reloj de la fábrica a ser simplemente el productor de una masa de trabajo rígida y abstracta.
 No existe un ser tal que sea un “obrero abstracto”: o se es minero, sastre, obrero del acero o se es un panadero. A pesar de eso, la vil naturaleza de la producción capitalista es tal que el hombre no es el amo de la máquina; la máquina es el amo del hombre. A través de la instrumentalidad de la máquina, la que se expresa a sí misma en el tic-tac del reloj de la fábrica, la habilidad del hombre, ha llegado a ser ciertamente irrelevante en la medida que cada uno produce una cantidad dada de productos en un tiempo determinado. El tiempo de trabajo socialmente necesario es el ayudante de la máquina que cumple la transformación fantástica de todos los trabajos concretos en una masa abstracta. Las constantes revoluciones tecnológicas cambian la cantidad de tiempo de trabajo estipulado como socialmente necesario. Si lo que ayer se producía en una hora, hoy se produce en media hora, el reloj de la fábrica funciona de acuerdo con eso y las habilidades específicas no cuentan. Todos deben subordinarse al tiempo recién establecido como socialmente necesario a ser gastado en las mercancías, y la competencia en el mercado se encargará de que así sea.
Pagado o no, todo trabajo es un trabajo forzado, cada instante de él. Con su análisis del tipo de trabajo que produce valor y plusvalía, y de la manera como se hace, Marx trascendió a David Ricardo. Al mismo tiempo, liberó la teoría del valor del trabajo de David Ricardo, de sus contradicciones, y la transformó en una teoría de la plusvalía.
Algunos marxistas han tratado el fenómeno del trabajo enajenado como si fuera un remanente de los días hegelianos del joven Marx, que fue adquirido antes de que lograra salirse de la jerga filosófica y pasara al “materialismo”. Por otra parte, el Marx maduro demuestra que ese es el verdadero eje sobre el cual gira, no sólo la ciencia o la literatura de la economía política, sino el sistema productivo mismo. No hay nada de intelectual o deductivo acerca del hecho de que las habilidades individuales del obrero están enajenadas del propio obrero, convirtiéndose en trabajo social, cuyo único rasgo específico es que es “humano”. El que logra esta transformación es un proceso laboral muy real y muy degradante, al cual se le llama fábrica. El concepto que tiene Marx del obrero degradado en busca de universalidad y de la plenitud de su ser, transformó la ciencia de la economía política en la ciencia de la liberación humana.
Como hemos demostrado, es una equivocación considerar al marxismo como “una nueva economía política”. En verdad, es una crítica de los fundamentos mismos de la economía política, la que no es otra cosa más que el modo de pensar burgués acerca del modo de producción burgués. Al introducir al obrero en la economía política, Marx la transformó de una ciencia que se ocupa de las cosas, tales como mercancías, dinero, salarios, ganancias, en una que analiza las relaciones de los hombres en el acto de la producción. Es verdad que el vínculo fundamental del hombre en este sistema histórico, es decir, transitorio, llamado sistema capitalista, es el intercambio que hace que las relaciones sociales entre los hombres aparezcan como relaciones entre cosas. Pero estas cosas disfrazan, en vez de manifestar la esencia. Separar la esencia –las relaciones sociales– de la apariencia –el intercambio de cosas– requirió de una nueva ciencia que fuera al mismo tiempo una filosofía de la historia. Y este fenómeno nuevo es el marxismo.
Es característico de Marx, conocido en todo el mundo como el creador de la teoría de la plusvalía, rechazar el honor porque la teoría estaba “implícita” en la teoría clásica del valor del trabajo. Lo que él aportó de nuevo –dijo– fue hacer esto explícito al mostrar qué tipo de trabajo crea valores y por lo tanto plusvalía, y el proceso mediante el cual esto se realiza. Lo que le impidió a otros verlo, es el haberse quedado alejados de la fábrica. Se quedaron en “la esfera” del mercado, en la esfera de la circulación, y esto es “lo que provee al comerciante vulgar de la libre empresa de sus perspectivas e ideas y del modelo por el que juzga a la sociedad basada en el capital y los salarios”. Pero una vez que se deja el mercado donde “sólo reina la libertad, la igualdad, la propiedad y Bentham”, se puede percibir “como si cambiase la fisonomía de los personajes de nuestro drama (dramatis personae). El antiguo poseedor del dinero abre la marcha convertido en capitalista y tras él viene el poseedor de la fuerza de trabajo, transformado en obrero suyo, aquel pisando recio y sonriendo desdeñoso, todo ajetreado; este, tímido y receloso, de mala gana, como quien va a vender su propio pellejo y sabe la suerte que le aguarda: que se lo curtan”.[4] 
David Ricardo había sido incapaz de liberar su teoría del valor del trabajo de las contradicciones que le sobrevinieron cuando trató el más importante intercambio entre el capital y el trabajo. Por otra parte, Marx fue capaz de demostrar cómo la desigualdad surge de la igualdad del mercado.
Es así, porque en los millones de mercancías que se intercambian diariamente, una y solamente una, la fuerza de trabajo, se encuentra incorporada a la persona viva. Un billete de cinco dólares o un corte de tela tienen el mismo valor en el mercado, que en la casa, o en la fábrica, o en el bolsillo. La fuerza de trabajo, por otra parte, primero tiene que ser utilizada y puesta a trabajar en la fábrica, por consiguiente, el obrero puede y está obligado a trabajar más de lo que cuesta reproducirse a sí mismo. Cuando se da cuenta de eso, su voz “sofocada por la tormenta y la violencia del proceso de producción”, exclama: “Eso que desde su lado parece auto-expansión del valor, desde su posición, es un desgaste extra de fuerza de trabajo”.[5] Es demasiado tarde, su mercancía, la fuerza de trabajo, ya no le pertenece a él, sino a quien la compra. Después se le dice, sin miramientos, que puede marcharse si lo desea, pero mientras esté en la fábrica debe subordinarse al mando del capitalista, a la máquina y al reloj de la fábrica.
El capitalista es de lo más recto en sus transacciones y no engaña, tiene un contrato con el obrero, con todas las leyes de intercambio: tanto dinero por tantas horas de trabajo. La utilidad de una cosa, le dice al obrero, le pertenece a él que es quien ha pagado al valor de cambio. Él ha pagado tanto dinero por un día de trabajo y tiene tanto derecho sobre él, así como el obrero lo tiene sobre su salario. Él, el capitalista, no va detrás del obrero para ver si es un buen esposo y lleva sus cinco dólares a su esposa en casa, o si va al bar a bebérselo. ¿Por qué, entonces, el obrero no puede ser considerado con el derecho que el capitalista tiene sobre su producto? En cualquier caso el obrero puede tomarlo o dejarlo. Pero mientras permanezca en la fábrica –y aquí la voz de “Don Ricachón” resuena con una incuestionable autoridad militar– ¡más le vale al obrero saber quién es el jefe!
Es lamentable que la fuerza de trabajo no se pueda desprender del obrero. Si se pudiera, el capitalista dejaría que este se fuera y usaría solamente la mercancía –la fuerza de trabajo– que por derecho le pertenece puesto que pagó por ella. De esta manera, él concluye piadosamente, que no ha violado ninguna ley incluyendo la ley del valor de David Ricardo.
Y es cierto, la ley funciona en la fábrica, pero en la fábrica “esta” no es ya una mercancía –“esta” es la propia actividad, es el trabajo. En verdad, al obrero vivo se le hace trabajar más allá del valor de su fuerza de trabajo. Su sudor se solidifica en un trabajo no remunerado y ese es precisamente el “milagro” de la plusvalía: que la fuerza de trabajo está incorporada en el obrero vivo, quien puede ser y es, obligado a producir un valor mayor al que él mismo tiene.
El fracaso de la teoría de D. Ricardo al explicar el intercambio entre capital y trabajo –sobre la base de su propia ley primaria del valor del trabajo– significó la desintegración de esa escuela. Fue un fracaso ineludible al no poder explicar cómo es que el trabajo –la fuente y generador de todos los valores– se empobrece más, entre más valores crea el obrero. El socialismo utópico no pudo avanzar, al quedar aprisionado en las categorías económicas de David Ricardo.
Marx traspasó las barreras porque dividió las categorías creadas por la economía política clásica y creó nuevas categorías. Rechazó el concepto del trabajo como una mercancía. El trabajo es una actividad, no una mercancía. No fue accidental que D. Ricardo usara la misma palabra para actividad que para mercancía, quedando cautivo de su concepto del obrero humano como una cosa. Marx, por otro lado demostró que lo que vendía el obrero no era su trabajo sino sólo su capacidad de trabajo, su fuerza de trabajo.
Aquí hay dos principios implicados, uno fruto de la teoría y el otro de la práctica. Al dividir la vieja categoría del trabajo en 1) el trabajo como actividad o función, y 2) capacidad para trabajar, o fuerza de trabajo –la mercancía– Marx forjó una nueva arma teórica con la cual investigar las nuevas fuerzas materiales que se desarrollaron fuera de la vieja categoría. El término mismo, fuerza de trabajo, abrió toda clase de nuevas puertas para una mejor comprensión. Lo capacitó para dar un salto, en el pensamiento, que se correspondiera a la nueva actividad de los obreros.
 La prueba de este nuevo poder por parte de los teóricos, incluso con el nuevo poder del obrero, se ve más claramente en el corto capítulo de El Capital sobre “Cooperación”. Sus veinticinco páginas parecen sólo describir cómo los hombres trabajan juntos para producir cosas, pero en realidad, al analizar cómo los hombres trabajan juntos, Marx describe cómo se crea un nuevo poder social. Él pudo descubrir este nuevo poder social en la producción porque antes que nada, distinguió entre la productividad de las máquinas y la de los hombres. Lo que caracteriza a El Capital de principio a fin es la preocupación por los seres humanos. Marx vivió en la segunda mitad del siglo diecinueve cuando la mayoría de los teóricos creían que con el avance de la tecnología, se resolverían todos los problemas de la humanidad, y debido a que Marx pensó primero y sobre todo en los obreros, en su condición y sentimientos, pudo anticipar la pregunta clave de nuestra época: ¿Se incrementa la productividad por la expansión de la maquinaria o por la expansión de las capacidades humanas?
Los capitalistas y sus ideólogos siempre piensan en aumentar la productividad a base de máquinas más perfectas. Lo que le sucede al obrero como resultado es, justamente algo que “no se puede evitar”. Su principio dominante es tener los ojos puestos en las economías y en la expansión de la maquinaria. Y eso está “completamente de acuerdo con el espíritu de la producción capitalista” –afirmó Marx.
Por otra parte, Marx se interesaba por la “productividad personal” del propio obrero. Esa es la línea de clase que él traza. Partiendo de estas premisas –tan extrañas al intelectual y tan naturales para el obrero que ha trabajado en la producción a gran escala– Marx fue capaz de descubrir que lo que se involucra en la cooperación de muchos obreros es una fuerza productiva. Marx no está tratando con una simple suma de individuos y no hay palabras que puedan sustituir su elocuencia de Marx al decir: “La cooperación no tiende solamente a potenciar la fuerza productiva individual, sino a crear una fuerza productiva nueva, con la necesaria característica de fuerza de masa”.[6]
Los nuevos poderes no son fácilmente concebidos o creados. Se requiere una revolución en el pensamiento para comprenderlos, así como de una revolución en la sociedad para crearlos. Marx analizó este nuevo poder social y señaló los nuevos poderes psicológicos que se desarrollan a través de la cooperación: “Manos y ojos tanto adelante como detrás”, el insistió en que esta nueva capacidad no debe ser explicada meramente intensificándola como un ascenso en la fuerza mecánica del trabajo, ni tampoco es una simple extensión de la acción sobre un espacio mayor. Lo que se desarrolla es una nueva fuerza social:
 “…la fuerza productiva específica de la jornada de trabajo combinada es la fuerza productiva social del trabajo o la fuerza productiva del trabajo social. Esta fuerza productiva brota de la misma cooperación. Al coordinarse de un modo sistemático con otros, el obrero se sobrepone a sus limitaciones individuales y desarrolla su capacidad de creación”.[7]
Aquí Marx ha profundizado su concepto anterior de “la búsqueda de la universalidad” de los obreros. Ya no es sólo una fuerza ideológica, sino que ha llegado a ser también una fuerza material poderosa. En Miseria de la filosofía, Marx escribió: “Pero desde el momento en que se suspende todo desarrollo especial, la necesidad de universalidad, la tendencia hacia un desarrollo integral del individuo comienza a hacerse patente”.[8]
En El Capital, nos muestra cómo al despojarse de las cadenas de la individualidad y desarrollar las capacidades de la especie humana, descubre lo que es una segunda naturaleza en los obreros como resultado de años en la producción a gran escala: la inmensa provisión de energía creativa latente en ellos.
 El capitalismo ve en este nuevo poder social a un rival, a un adversario. El plan capitalista existe para sofocarlo y suprimirlo. En su capítulo sobre la “Cooperación”, Marx desarrolla primero su concepto del plan capitalista, de cómo “desde el punto de vista ideal, la coordinación de sus trabajos se les presenta a los obreros como plan; prácticamente, como la autoridad del capitalista, como el poder de una voluntad ajena que somete su actividad a los fines perseguidos por aquella”.[9] Aquí nuestra época arroja una nueva luz puesto que vemos que la dirección, ya sea del Estado capitalista o de la corporación privada, sostiene que su plan es necesario porque el trabajo es complicado y requiere de una dirección. Los obreros no son engañados por estos alegatos. Ellos saben por su experiencia diaria del derroche desenfrenado que va junto con la tiranía de los planes capitalistas. Los intelectuales son los únicos engañados. Ellos dicen que el plan capitalista tiene dos lados: el lado “bueno” de liderazgo y previsión, y el “malo”, de dominación.
Esta separación solamente existe en sus mentes. Desde un punto de vista práctico, la autoridad del capitalista en la vida de los obreros es “el poder de una voluntad ajena que somete su actividad a los fines perseguidos por aquella”. Aquí, nuevamente, debido a que la única realidad para Marx es la experiencia real de los obreros, él perfora las ilusiones traicioneras acerca del plan.
La ideología y la economía están tan integralmente relacionadas con el movimiento histórico como lo están el contenido y la forma en una obra literaria.[10] Esto se desprende brillantemente de la obra de análisis mas notable de los anales de la economía política: “El fetichismo de las mercancías”. En esta sección Marx demuestra que la apariencia de la riqueza capitalista, como una acumulación de mercancías, no es un mero espectáculo. La apariencia deslumbra y hace que las relaciones entre los hombres parezcan participar del “carácter místico de las mercancías”. Que una relación entre los hombres aparezca como una relación entre cosas es, desde luego, fantástica. Es característico de la estrechez del pensamiento burgués, el cual no sólo creó el fetichismo, sino que llegó a ser su víctima. Incluso la economía política clásica, que descubrió el trabajo como el origen del valor, no pudo escaparse de ser prisionera de ese “carácter místico de las mercancías”.
Bajo el capitalismo, la relación entre los hombres aparece como una relación entre cosas porque eso es lo que “verdaderamente son”. La máquina es el amo del hombre y por lo tanto él es menos que una cosa. La naturaleza de la producción capitalista es tan perversa, que el fetichismo fantástico de las mercancías es su verdadera naturaleza. Marx declara que solamente el trabajo libremente asociado será capaz de despojar a las mercancías del fetichismo.
Al trazar el desarrollo dialéctico de este fetichismo, Marx llega a la naturaleza de clase de la forma del valor, y es entonces cuando se pregunta por primera vez: ¿De dónde surge el fetichismo?, y responde: “Evidentemente de la forma misma”. El fetichismo de las mercancías es el opio que usurpa el lugar de, la mente,[11] la ideología de la sociedad capitalista, es complemento falso y aprisiona tanto al capitalista como a su representante intelectual. Ya en el Manifiesto comunista, Marx mostró que los capitalistas son incapaces de aprehender la verdad de que el capitalismo es un orden social transitorio, porque ellos y sus ideólogos transforman en “leyes eternas de la naturaleza y la razón, a las formas sociales originadas del modo de producción actual”. Debido a .que no ven el futuro, el orden social que le sigue, no pueden entender el presente. El conocimiento proletario, por otra parte, entiende la verdad del presente y debido a que no es una fuerza pasiva, sino activa, al mismo tiempo restablece la unidad de la teoría y la práctica.

2) Las categorías económicas marxistas y la lucha en el acto de la producción: Capital constante y variable, o el dominio del trabajo muerto sobre el trabajo vivo

La contradicción hegeliana (es)
fuente de toda la dialéctica.[12]
.

Al analizar el sistema económico del capitalismo, Marx escribió unas cinco mil páginas, o cerca de dos millones de palabras. A lo largo de este gigantesco trabajo, pudo usar las categorías ya establecidas por la economía clásica, delimitó el valor –y con él la plusvalía– tomó las categorías mismas de las economías clásicas y en tres casos, solamente en tres, tuvo que crear categorías completamente nuevas. Estas son: fuerza de trabajo, capital constante y capital variable. Nunca se recalca lo suficiente que todas las nuevas categorías surgen de la contribución original de Marx a la economía política –el análisis de la dualidad del trabajo– pues es a partir de la división de la categoría del trabajo en trabajo concreto y abstracto que surgieron estas nuevas categorías. Habiéndonos ocupado ya de la fuerza de trabajo, atenderemos ahora a las otras dos categorías.
Hasta entonces la ciencia económica había hecho una distinción sólo entre capital fijo y circulante. Esta distinción partía del proceso de circulación, no del proceso de producción. Sin embargo, el proceso de producción es lo que determina todo lo demás. El capital constante y el variable resultan esenciales una vez que se analiza el proceso mismo de producción. La fuerza de trabajo y los medios de producción son, por supuesto, los elementos principales de cualquier sistema social de producción, pero sólo bajo el capitalismo se unen como “los diferentes modos de existencia que asumió el valor del capital original, cuando de dinero se transformó en los diversos factores del proceso de trabajo”: capital variable y capital constante.
1) El capital constante comprende los medios de producción y las materias primas, el trabajo muerto. En magnitud no sufren ningún cambio en el proceso de producción, pues su valor ha sido establecido por el proceso de trabajo del que nacieron. En su totalidad o en parte ceden su valor a las mercancías, pero no pueden ceder más de lo que tienen.
2) El capital variable es la fuerza de trabajo en el proceso real de producción. Sí sufre una variación en la magnitud, puesto que reproduce no sólo su propio valor, sino un excedente no remunerado. En una palabra, el obrero no puede dejar el trabajo cuando ve que ya ha producido el equivalente de su salario porque el reloj de la fábrica marca sólo las doce del día y no la hora de salida
Marx es sumamente específico e inexorable al calificar a ambos factores de producción como capital.
En las sociedades precapitalistas había trabajo muerto o había máquinas, o al menos herramientas, pero el trabajo muerto no dominaba al trabajo vivo. El salvaje era el amo absoluto de su arco y su flecha. No lo dominaban; él los dominaba. El siervo no tenía tractor y tenía que usar un azadón de madera. Pero el instrumento rudimentario no tenía un valor que asegurara su independencia en el proceso de producción de modo que la energía del obrero vivo era sólo un medio para su expansión. La automatización, sin embargo, significa que más y más máquinas necesitan cada vez menos del trabajo vivo, que más y más eficientes máquinas necesitan cada vez menos destreza en el conglomerado general del trabajo humano.
El obrero es incapaz de oponer resistencia a este “proceso de succión”[13] porque ahora no es más que una parte del capital, “una simple, monótona, fuerza productiva que no tiene que tener ni facultades corporales ni intelectuales”. El montador de radio cuya línea de montaje tiene que producir de setenta y cinco a noventa radios en una hora no se detendrá para investigar sobre su mecanismo. Él sólo sabrá que equivale a hacer ocho conexiones por radio y los alambres para él son solamente colores azul, rojo y verde, de modo que su vista pueda distinguirlos sin detenerse a pensar. Él entrelazará cerca de cuatro mil ochocientos alambres al día y sus manos manejarán el par de pinzas con tal rapidez para que las armazones no se acumulen sobre su banco. Eso le probará al jefe que está a la altura de su especialidad, que es un buen medio para la expansión del valor.
Marx llama a esto la subordinación real del trabajo al capital. Así es como el trabajo acumulado domina al trabajo vivo. Es esta dominación la que transforma el trabajo acumulado en capital, una fuerza divorciada del productor directo y que lo explota. He ahí el antagonismo entre trabajo acumulado y trabajo vivo. El trabajo vivo se enfrenta al trabajo muerto como a su enemigo mortal. Bajo el capitalismo, escribió Marx, todas las condiciones de existencia se han concentrado y agudizado tanto que se han reducido a dos: trabajo acumulado y trabajo vivo, es decir, capital constante y capital variable.
El antagonismo entre trabajo acumulado y trabajo vivo se personifica en la lucha entre el capitalista y el obrero, pero el dominio del capitalista sobre el obrero “no es nada más que el dominio de las cosas sobre el hombre, del trabajo muerto sobre el trabajo vivo”.[14]
Dado que el dominio del trabajo muerto sobre el vivo caracteriza a toda la sociedad moderna, Marx llama al capital “valor que se valoriza a sí mismo, en una especie de monstruo animado que rompe a trabajar como si encerrase el alma en su cuerpo”.[15] Pero en cada punto crítico de la historia, aun los marxistas, como veremos cuando nos ocupemos de Rosa Luxemburgo, han tratado de despojar a estas categorías de su carácter específicamente capitalista que, como lo planteara Engels, les da su “peculiar distinción”. No han tenido en cuenta la metodología de Marx cuyo punto de partida fue el mundo real en el que vivió.
La realidad económica determinó la estructura del trabajo de Marx. Apenas había establecido las dos nuevas categorías –capital constante y capital variable– se apartó de la abstracción de la teoría para centrarse en las luchas reales de la clase obrera en contra de lo que él llamó “el hambre de licántropo por la labor excedente” del capitalista, lo que se expresa primero en un intento ininterrumpido por extender la jornada de trabajo. Marx llama a la plusvalía resultante de la extensión de la jornada de trabajo, la plusvalía absoluta.
Cualquiera que piense que Marx derrochó sesenta y cuatro páginas en “temas plañideros” desconoce totalmente el hecho de que la sociedad se habría derrumbado si el obrero no hubiera luchado por la reducción de la jornada de trabajo. La sección sobre “la jornada de trabajo” es una de las contribuciones únicas al análisis de la sociedad humana. Cualquier lucha de los obreros por establecer una jornada de trabajo normal se enfrentaba con la oposición hostil de los poderes del Estado y del capitalista. Esta “larga y difícil guerra civil”[16] moderó el desprecio del capitalista por la vida humana. En tres generaciones, el capitalismo consumió nueve generaciones de tejedores. Los obreros aprendieron a trabajar solidariamente y a organizarse en contra de esta carnicería en masa.
El capitalismo respondió a esta lucha con un factor aún más poderoso que la extensión estatal de la jornada de trabajo. El desarrollo tecnológico hizo posible la extracción de una mayor plusvalía dentro de la misma jornada de trabajo. Cuando se llega a la maquinofactura, podemos ver cómo las nuevas categorías de Marx –capital constante y capital variable– iluminan las contradicciones siempre crecientes de la producción capitalista. El capital constante –la maquinaria– no sufre ningún cambio en valor, sin importar cuán poco o mucho se le trabaje. El obrero, con su tipo concreto de trabajo, puede transferir el valor de la máquina al nuevo producto, sólo en la medida de su valor original, es decir, el tiempo de trabajo socialmente necesario que llevó producirlo. Como materia inanimada, la maquinaria es incapaz de crear valor y ganancias del proceso de trabajo. El capitalista, por lo tanto, es totalmente dependiente de su otro tipo de capital, el capital variable: la fuerza de trabajo del obrero, quien por consiguiente, debe ser obligado a producir cada vez más. Cuando esto no se puede lograr mediante la extensión de la jornada de trabajo, debe lograrse a través de la aceleración del proceso productivo. Aquí es donde el reloj de la fábrica juega su papel, ya no es simplemente un mecanismo para medir la cantidad de la producción, se ha convertido en una medida de la intensidad del trabajo mismo. El trabajo excedente o la plusvalía así extraído está directamente relacionado con el deterioro y desgaste del obrero. Mientras la extracción de la plusvalía mediante la extensión de la jornada laboral era la producción de la plusvalía absoluta, la extracción de la plusvalía en una determinada jornada de trabajo es la producción de la plusvalía relativa. En el maquinismo, el capitalismo no solamente tiene una fuerza productiva; tiene una fuerza capaz de doblegar a la mano de obra al grado preciso de intensidad y docilidad, “una disciplina cuartelaría”.[17]

Cuando el maquinismo se organiza en un sistema, cuando se convierte en el cuerpo de la fábrica, su espíritu es incorporado al reloj de la fábrica, la función del capitalista es extraer tanta o mayor plusvalía, dentro de la jornada de trabajo dada, de la que había extraído previamente durante una jornada elástica de trabajo. La máquina debe justificar su costo de producción alargando esa parte de la jornada de trabajo en la cual el obrero produce el excedente de lo que es necesario para mantenerlo y para reproducir su clase.
Lo que hace esto posible son las mercancías más baratas. Eso es todo lo que veían los liberales. Marx vio la mayor explotación del obrero, la mayor contradicción en la producción capitalista. Desde el principio Marx advirtió que: “Cuanto mayor sea la cantidad de valor de uso, mayor será, de por sí, la riqueza material: dos levitas encierran más riquezas que una. Con dos levitas pueden vestirse dos personas; con una de estas prendas, una solamente, etc. Sin embargo, puede ocurrir que a medida que crece la riqueza material, disminuya la magnitud de valor que representa. Estas fluctuaciones contradictorias entre sí se explican por el doble carácter del trabajo”.[18]
Al principio, la relación de los ideólogos burgueses con la ciencia no fue ambigua. El profesor Ure fue muy franco: “Cuando el capitalismo pone a la ciencia a su servicio, la mano refractaria del trabajo siempre recibirá la lección de docilidad”.[19] El júbilo fue grande. “Una de las más singulares ventajas que derivamos de la maquinaria”, Marx cita a Barbage, “es en el freno que pone a la distracción, la ociosidad y la bribonería de los agentes humanos”. Sí, con la automatización, y con la experiencia de unas cuantas revoluciones, los capitalistas y sus ideólogos se ufanan de “la alfombra mágica” de la nueva revolución industrial que “aligera” el trabajo, no deja de ser verdad que la maquinaria no sólo ha superado la habilidad y fuerza del obrero, sino que les ha impuesto una mayor tensión nerviosa y física entre mayor es el esfuerzo por unidad de tiempo laboral. Marx vio todo esto hace cien años, describió el método por el cual millones de tipos específicos de trabajo son transformados en una masa abstracta, y enfocó su atención sobre la dominación del capital a través de la “distinción peculiar” de sus categorías originales: el capital constante y el capital variable.
 El papel jugado en la producción de la plusvalía absoluta por la lucha para acortar la jornada de trabajo, ahora lo juega la “pugna entre el obrero y la maquinaria”. Los marxistas profesionales han tenido una actitud demasiado sofisticada frente a las revueltas que han irrumpido en la historia del capitalismo, simplemente las dan por sentado.
Actúan como si estuvieran avergonzados (y muchos lo están) del periodo en que los obreros destruyeron las máquinas. Ellos habrían “preferido” que los obreros, en vez de eso, pelearan con “el verdadero enemigo” en el frente político. Sin embargo, Marx llamó a estos actos violentos de los obreros contra las máquinas “revueltas en contra de esa forma particular de los medios de producción que son la base material del modo capitalista de producción”. De esta manera, a estos marxistas profesionales se les escapa lo esencial de la teoría marxista de que la revuelta marca cada etapa del progreso capitalista. Como lo expresó Marx: “Se podría escribir toda una historia de las invenciones, desde 1830, con el sólo propósito de proporcionarle al capital armas en contra de las revueltas de la clase obrera”.[20]  La revuelta fue la causa del cambio a métodos avanzados; la revuelta salvó la vida del país. A su vez, cada revuelta causó una mayor centralización, explotación, socialización y mayor organización del proletariado, tanto objetiva como subjetivamente.
Hay dos movimientos en El Capital: el histórico y el lógico. El histórico incluye los orígenes del capitalismo que Marx llama “La acumulación originaria del capital”. El poder del Estado fue empleado para “apresurar el proceso de transformación del modo feudal de producción al modo capitalista”. Marx demuestra primero, que “sirve de base a todo este proceso la expropiación que priva de su tierra al productor rural, al campesino”,[21] y luego dice, del origen del capitalista industrial: “El descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, la cruzada de exterminio, esclavización y soterramiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros: son todos hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos constituyen factores fundamentales en el movimiento de la acumulación originaria”.[22] Pero todo esto es preliminar al desarrollo real de la producción capitalista.
Las tres etapas del desarrollo de la producción capitalista son: l) la cooperación; 2) la división del trabajo y la manufactura; y 3) la maquino factura. Al igual que a partir del desarrollo histórico del campesino expropiado, a partir del desarrollo lógico del capitalismo, llegamos al punto sin retorno: la concentración y centralización del capital en un extremo, y la socialización y revolución del trabajo, en el otro.
 En la sociedad capitalista, la mercancía de las mercancías es la fuerza de trabajo. Toda la sociedad está regida por la necesidad de producir fuerza de trabajo, de acuerdo con el tiempo de trabajo necesario para la producción de esta mercancía. Por lo tanto, el costo del obrero es la primera consideración del capitalista. Repitamos: es su primera consideración. Él debe mantener bajo su costo.
A menos que aumente constantemente la cantidad de trabajo acumulado, se expanda o reorganice su fábrica, o haga las tres cosas, el valor de su sistema productivo no sólo declinará sino que desaparecerá totalmente. En tiempos normales pierde su mercado porque no puede vender. En tiempos anormales es derrotado en la batalla y todo su sistema productivo le es físicamente arrebatado. Por lo tanto, su preocupación fundamental debe ser siempre aumentar el valor del capital que tenga. Ahora –y de nuevo esto se lo debemos a Marx– el único modo de incrementar el capital es la cantidad de trabajo vivo que pueda aplicar al capital que ya tiene. Consecuentemente, su preocupación fundamental es aumentar el valor, es decir, crear plusvalía, ganar un valor mayor al que gasta. Esta es la esencia de la producción capitalista. Esto es lo que Marx llamó “la naturaleza específica característica de la producción capitalista”. La burguesía moderna ha prostituido la palabra “revolucionario” hasta convertirla simplemente en un derrocamiento violento en la oscuridad de la noche, “una conspiración”. En verdad, comparado con los órdenes sociales anteriores, el capitalismo era el más revolucionario, no por su violento derrocamiento del orden feudal antiguo, sino por sus revoluciones tecnológicas diarias. En el Manifiesto comunista el joven Marx había escrito:
 “La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de la producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ellos todas las relaciones sociales. La conservación del antiguo modo de producción era, por el contrario, la primera condición de existencia de todas las clases industriales precedentes. Una revolución continúa en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constantes distinguen a la época burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de llegar a osificarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado es profanado y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas”.
El Marx maduro cita precisamente este pasaje cuando, en su análisis de la “Maquinaria y la gran industria”, llega a la “contradicción absoluta entre las necesidades técnicas de la industria moderna y el carácter social inherente a su forma capitalista” y ve cómo “esta contradicción absoluta destruía toda la quietud, la firmeza y la seguridad en la vida del obrero”, que se hace un ejército de reserva industrial y “en ese holocausto ininterrumpido de que se hace víctima la clase obrera en el derroche desenfrenado de fuerzas de trabajo y en los estragos de la anarquía social”.[23]
Marx subraya que este es el “lado negativo del fenómeno”. Muestra cómo la resistencia de los obreros es el aspecto positivo que obliga a la industria moderna “bajo pena de muerte” a remplazar el mero fragmento de hombre “por el individuo desarrollado en su totalidad, para quien las diversas funciones sociales no son más que otras tantas manifestaciones de actividad que se turnan y se revelan”.[24]
Después de seguir el desarrollo dialéctico de los dos contrarios, el trabajo vivo y el trabajo muerto, el trabajo y la maquinaria, a partir de la “Cooperación” pasando por la “División del trabajo y la manufactura”, hasta llegar a la “Maquinaria y la gran industria”, Marx concluye que no hay más que la solución histórica para los “fermentos revolucionarios cuyo resultado final es la abolición de la antigua división del trabajo, diametralmente opuesta a la forma capitalista de producción y al status económico del obrero correspondiente a esa forma”.97 La pena de muerte que pende sobre el modo de producción capitalista, y los elementos de la sociedad socialista que están enraizados en la anterior, chocarán frente a frente en “El proceso de acumulación del capital”, la parte final de la gran obra de Marx.

3) La acumulación del capital y
las nuevas fuerzas y pasiones

El objetivo último de este trabajo es poner
 al descubierto la ley económica del
movimiento en la sociedad moderna.
Prólogo a El Capital

En El Capital lo histórico y lo lógico no son dos movimientos separados: la dialéctica los contiene a ambos. No es que Marx los haya interrelacionado; es inherente a la vida y a la naturaleza de cada uno el contener al otro. Lo que Marx tiene como supuesto subyacente es que la historia no ha relevado a la teoría de la necesidad de trascender la sociedad dada. Con Marx, la teoría no está ajena a la realidad, sino que es la realidad su punto de partida y de retorno. Es la realidad de donde emana el movimiento y lo que Marx hace es asegurarse de que el objeto y el sujeto se mantengan como un todo. La teoría y la práctica juntas forman la realidad en todo momento. La primera frase del capítulo, que es en sí el clímax de todo el primer tomo –“La ley general de la acumulación capitalista”– establece: “Estudiaremos en este capítulo la influencia que el incremento del capital ejerce sobre la suerte de la clase obrera”.[25] Esto no es mera agitación. Puede ser, y está expresada en los términos científicos más precisos que se hayan descubierto para discernir la ley del movimiento de la sociedad capitalista. “El factor más importante, en esta investigación”, señala la siguiente frase de Marx, “es la composición del capital”.
La ley del crecimiento siempre ascendente de la maquinaria, a costa de la clase obrera, que hasta ahora había sido expresada como el crecimiento del capital constante sobre el variable, ahora se expresa tomándola como una totalidad, como el valor y la composición técnica del capital, que Marx llama “la composición orgánica del capital”. Es decir, son parte del mismo organismo y no pueden separarse una de la otra, de la misma manera que no se puede separar la cabeza del cuerpo, y aún seguir viviendo.
Desde el inicio de El Capital vimos la interdependencia del valor de uso. El valor, escribió Marx, puede ser indiferente al valor de uso del cual nace, pero debe ser sostenido por algún valor de uso. Esta forma física asume un significado adicional en la cuestión de la acumulación o de la reproducción expandida: “La plusvalía sólo es susceptible de transformarse en capital, porque el producto excedente cuyo valor representa aquella, encierra ya los elementos materiales de un nuevo capital”.[26]
El capital, que es “valor engrandecido con valor”, profundiza la contradicción entre valor de uso y valor. Esto es así porque no sólo las formas materiales y de valor están en conflicto constante, sino que también lo están las relaciones de clase que “interfieren” con el proceso de producción. El capital no es una cosa, sino una relación de producción establecida por la instrumentalizad de las cosas. La producción expandida agrava más esta relación de clase producida y reproducida por la producción capitalista. La propiedad “vista del lado del capitalista se convierte en el derecho a apropiarse trabajo ajeno no retribuido, o su producto, y, vista del lado del obrero, como la imposibilidad de hacer suyo el producto de su trabajo”.[27]
De las necesidades más profundas de la producción capitalista, cuya fuerza motriz es la producción de la plusvalía, surge el impulso de pagarle al obrero el mínimo y extraer de él el máximo. La lucha de clases surgida de esto, conduce, bajo ciertas circunstancias, a un aumento de salarios. Pero ese aumento nunca es tan alto como para amenazar las bases de la producción capitalista. La ley del valor que domina este modo de. producción, conduce, por una parte, a la concentración de los medios de producción, y por la otra, a la socialización del trabajo.
El capitalismo se desarrolla de acuerdo con estas dos leyes fundamentales: la ley de la concentración del capital, y la ley de la socialización del trabajo. “Un capitalista siempre desplaza a muchos otros”, escribe Marx, agregando que: “Paralelamente con esta centralización del capital o expropiación de muchos capitalistas por unos pocos, se desarrolla en una escala cada vez mayor la forma cooperativa del proceso de trabajo, la aplicación técnica consciente de la ciencia, la explotación sistemática y organizada de la tierra, la transformación de los medios de trabajo en medios de trabajo utilizables sólo colectivamente, la economía de todos los medios de producción al ser empleados como medios de producción de un trabajo combinado, social, la absorción de todos los países por la red del mercado mundial y, como consecuencia de esto, el carácter internacional del régimen capitalista”.[28]
Nótese la frase: “la forma cooperativa del proceso laboral”. Marx se centra en lo que sucede en la producción, la ley de la socialización del trabajo. Cada etapa en este proceso de desarrollo del trabajo cooperativo, socializado, aumenta su número, lo une, lo disciplina y lo organiza. Cuando Ford construye la planta River Rouge, al necesitar alrededor de 60,000 obreros –por el solo hecho de trabajar juntos en una gran unidad de producción– ha organizado a esos 60,000 en una fuerza social. En los días de Marx no había plantas como la de Rouge, pero él pudo ver que el capitalismo “produce sus propios sepultureros” en los obreros preparados para el trabajo cooperativo por la organización de la producción a gran escala.
 Otros, además de Marx, habían advertido la forma cooperativa del trabajo y creyeron que la consecuencia sería un nivel de vida más elevado, mayor democracia y mayor igualdad. Marx se burló de ellos. Insistía que eran los obreros los que estaban siendo preparados para la cooperación. Era la forma cooperativa del proceso de trabajo la que crecía continuamente. Entre más se entrelazaban los obreros en una unidad cooperativa, más tendría que atacarlos y suprimirlos el capital. En vez de un crecimiento continuo de la igualdad y la democracia, habría una lucha de clases como el mundo nunca antes había visto, así como una creciente e ininterrumpida sublevación de los obreros. He aquí sus propias palabras:
 “Conforme disminuye progresivamente el número de magnates capitalistas que usurpan y monopolizan este proceso de transformación, crece la masa de la miseria, de la opresión, de la esclavitud, de la degeneración, de la explotación; pero crece también la rebeldía de la clase obrera, cada vez más numerosa y más disciplinada, más unida y más organizada por el mecanismo del mismo proceso capitalista de producción”.[29]
Marx escribió esto en 1867, hace noventa años. Desde entonces, la unidad, disciplina y organización de la clase obrera ha crecido hasta convertirse hoy día, en la clase social más poderosa que el mundo haya visto. A medida que ha aumentado la centralización y disminuido el número de magnates capitalistas, necesariamente ha debido crecer la burocracia del trabajo. Pues los magnates, por sí solos, son demasiado pocos para disciplinar a decenas de millones de obreros. Esta burocracia es su arma en contra de la sociedad cooperativa. Cada obrero en la industria a gran escala reconoce esto actualmente; es de aquí que nacen las huelgas espontáneas o wildcats.
El capataz no le dice al obrero cómo hacer su trabajo, ni tampoco el miembro del comité. Están allí para disciplinar al obrero. Cada día eso resulta más difícil. Por lo tanto, se precisa mayor burocracia, mayor supervisión, más especialistas en rendimiento del tiempo, más negociaciones, más “investigadores”. El fin último de todo esto es lo que existe en Rusia, el Estado totalitario completamente burocratizado, con sus campos de trabajo forzado. Es la centralización final dentro de un solo país. En cualquier sociedad las relaciones de producción determinan, modelan, imprimen su sello a todas las otras relaciones. A medida que la producción se expande y se burocratiza, lo mismo sucede con todas las demás esferas de la actividad social. Toda esta burocracia que termina en el Estado de partido único, está basada en la necesidad de disciplinar a los obreros en la producción.
Marx previó esta tendencia porque llevó hasta su conclusión lógica a todas las leyes del desarrollo capitalista. Primero, mostró cómo la centralización de los medios de producción termina en la monopolización y creación de los grandes trusts y finalmente en la estatificación. Ya sea que este desarrollo último de la centralización del capital fuera acompañado “por los medios violentos de anexión” o por “la suave vía de la formación de sociedades anónimas”, los resultados son los mismos: “Así pues, al progresar la acumulación, cambia la proporción entre el capital constante y el variable, si originariamente era, de 1:1, ahora se convierte en 2:1, 3:1, 4:1, 5:1, 7:1, etc., por ende como el capital crece, en vez de invertirse en fuerza de trabajo 1/2 de su valor total, sólo se van invirtiendo, progresivamente 1/3, 1/4, 1/5, 1/6, 1/8 etc., invirtiéndose en cambio 2/3, 3/4, 4/5, 5/6, 7/8, etc., en medios de producción”.[30]
El resultado final de esta relación entre el capital y el conglomerado de la clase obrera es la gran contradicción insoluble que está demoliendo todo el sistema: el ejército de desempleados. Marx llama a esto “la ley general absoluta de acumulación capitalista”. Entre mayor sea el uso de la maquinaria, o el capital constante, relativamente menor será la necesidad de la fuerza de trabajo vivo o variable. Ahora puede haber treinta millones de obreros donde antiguamente había la mitad, pero la inversión del capital se septuplica. Y con ello siempre vendrá aparejado el desempleo. De esta manera, por una parte el capitalismo sigue reproduciendo al obrero asalariado y, por la otra, lo lanza al desempleo.
Este fracaso para “emplear a la totalidad” de la fuerza laboral sacude toda la estructura de la sociedad capitalista. Marx pone énfasis en el hecho de que “todo modo histórico concreto de producción tiene sus leyes de población propias, leyes que rigen de un modo históricamente concreto”.[31] Para la producción capitalista, como vimos, esa ley es la ley del ejército de la fuerza de trabajo excedente, de reserva, para el modo capitalista de producción.
La incapacidad del capitalismo para reproducir su propia sustancia creadora de valor–la fuerza de trabajo en la forma del obrero vivo y empleado– marca la ruina del capitalismo. Marx define esta ruina en la parte final –Parte VIII[32]– en la que se ocupa de la génesis histórica y luego de la tendencia histórica de la acumulación capitalista.
Los comienzos históricos del capitalismo, descritos en “La llamada acumulación originaria”, tienen, como vimos, material altamente agitativo. El hecho que Marx relegara este material para el final, en vez del comienzo de El Capital, no puede sobreestimarse. Significa que Marx deseaba, más que todo, analizar la ley del desarrollo del capitalismo, puesto que independientemente de sus comienzos, las contradicciones surgen no de su origen, sino de su naturaleza inherente, que “engendra, con la fuerza inexorable de un proceso natural, su primera negación”.[33]
La ley de movimiento de la sociedad capitalista es, por tanto, la ley de su colapso. Marx percibió esta ley a través de la aplicación del materialismo dialéctico a las leyes del desarrollo de la producción capitalista.
“…dentro del sistema capitalista, todos los métodos encaminados a intensificar la fuerza productiva social del trabajo se realizan a expensas del obrero individual; todos los medios enderezados al desarrollo de la producción se truecan en medios de explotación y esclavización del productor; mutilan al obrero convirtiéndolo en un hombre fragmentario, lo rebajan a la categoría de apéndice de la máquina, destruyen con la tortura de su trabajo el contenido de este, le enajenan las potencias espirituales del proceso del trabajo en la medida en que a éste se incorpora la ciencia como potencia independiente; corrompen las condiciones bajo las cuales trabaja; le someten, durante la ejecución de su trabajo, al despotismo más odioso y más mezquino; convierten todas las horas de su vida en horas de trabajo; lanzan a sus mujeres y sus hijos bajo la rueda trituradora del capital”.[34]
Cuántos, en este punto, se han detenido para lamentarse de que a pesar de todo, lo que le importa al obrero es únicamente mejores salarios y que una vez que los obtiene está satisfecho “porque está más acomodado”. Marx dice todo lo contrario. Marx recalca que ya sea que su “pago sea alto o bajo” su suerte es peor. “De donde se sigue que, a medida que se acumula el capital, tiene necesariamente que empeorar la situación del obrero, cualquiera que sea su retribución, ya sea ésta alta o baja. Finalmente, la ley que mantiene siempre la superpoblación relativa o el ejército industrial de reserva en equilibrio con el volumen y la intensidad de la acumulación mantiene al obrero encadenado al capital con grilletes más firmes que las cuñas de Vulcano con que Prometeo fue clavado a la roca. Esta ley determina una acumulación de miseria equivalente a la acumulación de capital. Por eso lo que en un polo es acumulación de riqueza es, en el polo contrario, es decir, en la clase que crea su propio producto como capital, acumulación de miseria, de tormentos de trabajo, de esclavitud, de despotismo y de ignorancia y degradación moral”.[35]
“La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan a un punto en que se hacen incompatibles con su envoltura capitalista. Esta salta hecha añicos. Ha sonado la hora final de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados”.[36]
El lado positivo de todo esto es que “él mismo alumbra los medios materiales para su destrucción. A partir de ese momento, en el seno de la sociedad se agitan fuerzas y pasiones que se sienten cohibidas por él. Hácese necesario destruirlo y es destruido”.[37]
De esta manera, el mismo desarrollo del capitalismo crea la base de un nuevo humanismo: las “fuerzas y pasiones” nuevas que reconstruirán la sociedad, sobre comienzos verdaderamente humanos, “una forma superior de sociedad cuyo principio fundamental es el desarrollo pleno y libre de todos los individuos”.111 Fue el haberse basado en este humanismo, más popularmente llamado “la inevitabilidad del socialismo”, lo que le permitió a Marx percibir la ley de movimiento de la sociedad capitalista, y la inevitabilidad de su colapso. El humanismo de El Capital corre como un filamento rojo a través de toda la obra y es esto es lo que le da tanto su profundidad como su fuerza y su dirección.[38]





















[1] K. Marx. El Capital, tomo 1, p. 9.

[2] Correspondencia de Marx y Engels, carta del 24 de agosto de 1867.

[3] Crítica, p. 299.
[4] El Capital, tomo 1. p. 138.

[5] El Capital, tomo 1. p. 191.

[6] El Capital, tomo 1. p. 282.

[7] El Capital, tomo 1. p. 285.

[8] Miseria de la filosofía, p. 157 (La paginación se corresponde con la edición en inglés utilizada por la autora, de la edición de Charles H. Kerr & Co., Chicago. Hay diversas ediciones de esta obra en lengua española) (N. del T.).

[9] El Capital, tomo 1. p. 287.

[10]  “Una obra de arte a la cual le falta la forma correcta, no es una correcta o verdadera obra de arte… Las verdaderas obras de arte son aquellas en las que el contenido y la forma muestran una completa identidad… De manera parecida puede decirse que el contenido de Romeo y Julieta es la ruina de dos amantes, producida por la discordia entre sus familias: pero se necesita algo más para hacer la tragedia inmortal de Shakespeare”. Lógica, de Hegel.

[11] Véase Hegel, sobre “La tercera actitud hacia la objetividad”: “Lo que yo descubro en mi conciencia se exagera así hasta convertirse en un hecho de la conciencia de todos y aun se hace pasar por la misma naturaleza del espíritu”. Lógica. (citado por Dunayevskaya de la Lógica de Hegel, de la segunda edición, de la traducción al inglés de Wallace, más asequible y con una redacción mejor, pág. 134.)

[12] El Capital, tomo 1, p. 541, nota al pie
[13] Archivos de Marx y Engels, edición rusa, t. II (VII), p. 69. Este es el famoso “Capítulo VI”, o final original de El Capital, cuando estaba en forma manuscrita. (En la actualidad este capítulo ha sido traducido al inglés en varias ocasiones, así como al español.) (N. del T.)

[14] Ibid.

[15] El Capital, tomo 1, p. 156.

[16] El Capital, tomo 1, p. 254.

[17] El Capital, tomo 1, p. 376.

[18] El Capital, tomo 1, p. 13.

[19] Philosophy of Manufacture. (Aquí R. Dunayevskaya se refiere a Ure, Filosofía de la manufactura, citado por Marx en El Capital) (N. del T.)

[20] El Capital, tomo 1, p. 387.
[21] El Capital, tomo 1, p. 656.

[22] El Capital, tomo 1. p. 688.

[23] El Capital, tomo, 438.

[24] El Capital, tomo 1, p. 438.

[25] El Capital, tomo 1, p. 557.
[26] El Capital, tomo 1, p. 526-527

[27] El Capital, tomo 1, p. 529.
[28] El Capital, tomo 1, p. 699.

[29] El Capital, tomo 1, p. 699.
[30] El Capital, tomo 1, p. 574

[31] El Capital, tomo 1, p. 576. Por muy diferente que pareciera la situación en la Alemania de Hitler y en la Rusia de Stalin, la ley capitalista de la población se cumplió, aunque el desempleo tomó una forma muy diferente. Véase la Parte V.

[32] En la edición final, esa parte se convirtió en unos capítulos separados pertenecientes a la Parte VII.
[33] El Capital, tomo 1, p. 700.

[34] El Capital, tomo 1, p. 589.

[35] El Capital, tomo 1, p. 589.

[36] El Capital, tomo 1, p. 698

[37] El Capital, tomo 1, p. 699-700.

[38] El Capital, tomo 1, p. 537.

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