LA JORNADA LABORAL Y LA RUPTURA
CON EL CONCEPTO DE TEORÍA
(DE Marxismo y libertad, cap. 5)
Raya Dunayevskaya (1910-1987)
Entre
1861 y 1867 el manuscrito de la Crítica, ahora convertido en El capital,
sufrió dos cambios fundamentales, uno en 1863, y el otro en 1866. Podemos
advertir los cambios tanto comparando El capital con los manuscritos en
el estado en que éstos fueron dejados y que Engels describe en el prólogo al
tomo II de El capital, así como por las propias cartas de Marx. En una
de ellas, dirigida a Engels el 15 de agosto de 1863, plantea que ha tenido que
“darle vuelta a todo”: “Cuando miro esta compilación” (los manuscritos de la Crítica,
los que ahora está rehaciendo bajo el título de El Capital) “y veo cómo
he tenido que darle vuelta a todo y cómo tuve, incluso, que sacar el aspecto histórico
de un material en parte desconocido, entonces él” (Lassalle) “resulta
realmente divertido con ‘su’ economía lista en su bolsillo”. Tres años
después, cuando tiene preparado todo para el impresor, informa a Engels acerca
de un nuevo agregado: “Históricamente desarrollé una nueva parte con relación a
la jornada de trabajo que no estaba contemplada en mi plan inicial”. (10
de febrero de 1866).
Parece
extraño decir que, hasta 1866, Marx no hubiera elaborado las setenta páginas
sobre la jornada de trabajo. Sin embargo, tan inherente a la teoría misma era
su propia limitación, que aun cuando Marx le dio vuelta completamente a la
monografía de la Crítica y escribió el primer borrador de su nuevo
trabajo, El capital, ni siquiera este trabajo dedicaba alguna sección,
al principio, a la jornada de trabajo. Que David Ricardo no se haya preocupado
por la jornada de trabajo es comprensible, porque eludió todo el problema del origen
de la plusvalía; que los socialistas, desde los utópicos hasta Proudhon y
Lassalle, no estuvieran agobiados por este problema, es también comprensible,
ya que siempre estuvieron demasiado ocupados con sus planes como para estudiar
en algún momento el verdadero movimiento de los obreros. Pero para Marx, quien
nunca había quitado la vista del movimiento proletario, el no haber tenido una
sección dedicada a la jornada de trabajo en su principal trabajo teórico,
parece incomprensible.
Parece
más incomprensible aún cuando confirmamos que Marx ya había escrito la
“Acumulación originaria del capital”, que describe la “legislación sangrienta
contra los expropiados”, en la que se ocupó de las leyes que hacían obligatoria
la extensión de la jornada de trabajo. El concepto de la teoría de la plusvalía
incluye la división de la jornada de trabajo en trabajo pagado y trabajo no
pagado. Pero esto aún deja indeterminado en su mayor parte el análisis exacto
de la jornada de trabajo. Como el propio Marx plantearía más tarde con relación
a su adversario, Dühring: “Hay una cosa que me impresionó mucho de su relato; a
saber: que mientras la determinación del valor por el tiempo de trabajo
permanezca ‘indeterminada’, como lo hace Ricardo, no afecta a la gente. Pero
tan pronto se hace la conexión exacta con la jornada de trabajo y sus
variaciones, un panorama muy desagradable se presenta ante ellos[1]”.
“El establecimiento de una jornada normal de
trabajo”, escribió Marx, “es el resultado de la lucha de siglos entre el
capitalista y el obrero[2]”. De
esta forma se revolucionó su método de análisis. Mientras la historia y la
teoría permanecen separadas en su Crítica con una explicación histórica para cada capítulo teórico, en El capital la historia y la teoría son
inseparables. Mientras en la Crítica la historia es la historia de la
teoría, en El Capital, la historia es la historia de la lucha de clases.
Quien alaba la teoría y el genio pero no
reconoce los límites de un trabajo teórico, deja de reconocer también lo
indispensable del teórico. Toda la historia es la historia de la lucha
por la libertad. Si como teórico, su sensibilidad está atenta a los nuevos
impulsos de los obreros, se crearán nuevas “categorías”, una nueva manera de
pensar, un paso adelante en el conocimiento filosófico.
El
cambio de Marx de la historia de la teoría a la historia de las relaciones
de producción dota de carne y hueso la generalización de que el marxismo es
la expresión teórica de las luchas instintivas del proletariado por la
liberación. Más aún, dice que en última instancia la abolición fundamental de
las desigualdades yace en la disminución de la jornada de trabajo. En 1866,
Marx convirtió esto en el marco histórico del capitalismo mismo. Las
luchas de los obreros por la jornada de trabajo desarrollan la producción
capitalista. La creación final de la libertad descansa sobre la disminución de
la jornada de trabajo. La filosofía de la disminución de la jornada de trabajo,
que surgió de las luchas reales, abarca todos los conceptos fuera y dentro de
ella y, de esta manera, el pensamiento del teórico se llena constantemente con
un contenido siempre en aumento, producto de las luchas y de los pensamientos
de los obreros.
Desde
1866, Marx había estado desarrollando la sección sobre la jornada de trabajo.
Para 1867, fecha en que es publicado El capital, leemos este homenaje al
pensamiento propio de los obreros: “En vez de un catálogo pomposo de los
‘derechos inalienables del hombre’, viene la modesta Carta Magna de una jornada
limitada de trabajo, legalmente limitada, que marcará claramente cuándo termina
el tiempo en que el obrero vende y cuando comienza el suyo propio. Quantum
mutatus ab illo[3]”.
El
movimiento real del proletariado, en esta etapa específica del desarrollo
capitalista, reveló no sólo los aspectos negativos de la lucha por la jornada
de trabajo —la lucha contra la ilimitada explotación capitalista—, sino los
aspectos positivos: un camino hacia la libertad. Ésta, pues, era una nueva
filosofía, la filosofía del trabajo, alcanzada, naturalmente, a
partir de sus propias luchas concretas.